Memorias, de Albert Speer (1969)

“Está demostrado que las mayores injusticias parten de quienes persiguen la desmesura, y no de aquellos a quienes impulsa la necesidad” (de la Política de Aristóteles, citado por Speer para definir la megalomanía de Hitler).

He acabado la lectura de las Memorias de Albert Speer, el que fuera arquitecto y ministro de Hitler, algo más que una autobiografía. Llevaba un tiempo detrás de esta lectura, pero siempre se me cruzaban otras cosas por el camino y, la verdad, sus novecientas y pico páginas y el tratarse de una autobiografía, me echaban un poco para atrás.

Sin embargo estas memorias se leen casi como una novela, y ahí está el gran peligro, porque la pericia del autor para relatarnos los acontecimientos nos puede hacer confundir el relato desgarrador de este hombre con otro relato más del período más negro de la humanidad. Albert Speer siempre admiró a Hitler, incluso en los momentos de mayor duda, pero supo también encontrar su lugar en medio de la deshumanización, a pesar de que, como él mismo reconoce, no tuviera fuerzas ni valor para enfrentarse a ella.

La vida de Speer es la de un hombre que estuvo en cada momento en el lugar preciso, y eso le llevó a las esferas más elevadas del Tercer Reich. Pero es también la vida de quien mantuvo hasta el final de su vida una lucha interna: conocer los horrores de aquel Reich, y de aquel Führer, pero correr un velo de incoherencia personal, un velo para sobrevivir, incluso a pesar de que muchos a su alrededor no pudieran hacerlo. Leyendo su relato minucioso y apasionado de los acontecimientos que encumbraron a los nazis, y en concreto a Hitler, al poder, y que después llevaron a Alemania y a toda Europa al fracaso de los valores más elementales, es fácil percibir un tono de disculpa, incluso de justificación. Pero estas memorias están llenas de reflejos que devuelven la confianza en el ser humano. Unos días después de su condena a veinte años de prisión, por el tribunal de Nuremberg, Speer escribía en su diario: “Porque hay cosas de las que uno es culpable incluso aunque pueda disculparse, sencillamente porque la enormidad del crimen es tan desmesurada que anula cualquier disculpa humana”.

Con respecto a los campos de concentración dice en sus Memorias: “Como miembro destacado de la jefatura del Reich, tenía que correr con parte de la responsabilidad por todo lo que había ocurrido (en los campos de concentración), pues a partir de aquel momento quedé mortalmente aprisionado de forma irremediable por los crímenes, ya que, por miedo a descubrir algo que me habría obligado a ser consecuente, cerré los ojos. Mi ceguera voluntaria contrarresta todo lo positivo que quise y debí hacer en el último período de la guerra. Precisamente porque en aquel momento fallé, aún hoy me sigo sintiendo personalmente responsable de Auschwitz”.

Speer no pudo librarse del reflejo embaucador de Hitler, la consecuencia llegó tarde a su conciencia, y sin ser ese su objetivo, su relato nos deja una pregunta personal: ¿cómo habría actuado yo?, ¿qué otras telas de araña me envuelven, de las que aún no soy consciente, y tal vez lo acabe siendo demasiado tarde?

Un dato curioso: Speer estuvo en España en noviembre de 1941 camino de Lisboa, conduciendo su propio coche. Visitó Burgos, Segovia, Toledo, Salamanca y El Escorial. Relata la visita al Monasterio-Palacio de El Escorial como un despertar religioso y consciente:  “Su palacio tiene unas dimensiones comparables al de Hitler, aunque su objetivo es muy distinto, de índole espiritual: Felipe II rodeó con un convento el núcleo de su palacio. ¡Qué diferencia respecto a las ideas arquitectónicas de Hitler! La claridad y la austeridad extremas presidían esta edificación, mientras que en el palacio de Hitler regían la ostentación y el exceso […] En aquellas horas de solitaria contemplación entreví por primera vez que mis ideales arquitectónicos me habían conducido por un camino equivocado”. 

El año de Saeko, de Kyoichi Katayama (2006)

El año de Saeko de Kyoichi Katayama es algo más que el estilo novelístico japonés de moda. A pesar de seguir un patrón y un ritmo muy parecidos, Katayama en esta novela (que ha tenido que esperar cinco años para ser traducida al castellano, seguramente a la sombra del éxito de Un grito de amor desde el centro del mundo) profundiza mucho más en los personajes que Murakami, si bien no llega al mismo nivel que Ishiguro.

Saeko y Shun’ichi forman un matrimonio de supervivientes, que no acaban de encajar en una sociedad de la prisa, lo prefabricado y enlatado, la economía capitalista brutal, a pesar de que forma parte de su existencia. Su lucha particular contra el sistema despierta tras la propuesta “solidaria” de la hermana de Saeko. Necesita su útero para poder ser madre, despertando la conciencia rebelde de Saeko, que toma forma de locura, o de “sano juicio”, y sitúa a la pareja ante la búsqueda de espacios puros y sencillos, pero para alcanzarlos tendrán que huir lejos, a la “naturaleza intocada”, la misma que buscó Matsuo, el jefe de Shun’ichi, en su cáncer terminal.

En mi opinión, la novela tiene muchos altibajos narrativos, hay momentos de intensidad zen, que se abren como flor de loto en medio de un estanque de aguas sucias, y hay también momentos en que los personajes se quedan a medias, el argumento no se define y da la sensación de estar perdidos. Es una buena lectura, teniendo siempre en cuenta, eso sí, que es literatura japonesa, no se puede perder de vista este detalle.

Mi personaje: Matsuo, el jefe de Shun’ichi, aparece en a novela casi de refilón, en tres ocasiones y sólo por referencia, pero lo considero el personaje clave para que Shun’ichi se dé cuenta de lo que ocurre a su alrededor y tome las opciones que necesita para su felicidad y la de Saeko. 

Dejo también dos párrafos que me han tocado:

Aunque dos personas hablen de forma subjetiva, las palabras carecen de sentimiento. Distraídas, ambas personas, con las palabras, no llegan a sentir emoción alguna. Las palabras van deslizándose suavemente por encima de los hechos como lo que son: palabras.

El ser humano, mediante la ejecución de acciones de carácter económico, se ha venido enfrentando sin cesar a la naturaleza. Como resultado, la naturaleza intocada ha desaparecido de la faz de la tierra. Incluso un útero. Ya no es el lugar íntimo que permite conectar con el futuro o con el universo, sino que, sujeto al control de los conocimientos y los deseos humanos, ha entrado en el ámbito de lo económico. En el útero de Saeko estaba presente el capitalismo salvaje. Y quizá su locura -más bien, su sano juicio- era un rechazo a esta barbarie.

Y si alguien se anima, que la disfrute.

Olive Kitteridge, de Elizabeth Strout (2008)

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 Casi sin querer, sin pedir permiso y sin que se note, los entresijos de la historia de Crosby, pequeño pueblo de Maine, van formando parte de la vida del lector. Camuflada en pequeñas historias, que se podrían leer individualmente, se forma la escena global alrededor de Olive Kitteridge, maestra jubilada de matemáticas, que va domando su fuerte genio al mismo tiempo que la vida pasa a su alrededor. Me ha recordado mucho el Winerburg, Ohio de Anderson, retazos de vida que sólo se llenan de sentido contemplados desde el conjunto, es aquella intrahistoria unamuniana que hace comprensible la historia, y sin la cual ésta carece de sentido. Premiada con el Pulitzer en 2008 esta atípica novela produce una sensación de “ojo de cerradura”, en ocasiones la lectura me ha sorprendido viendo más de lo que se permitiría ver, el tratamiento de los personajes va más allá del psicologismo de la moderna novela americana, y se nos permite acercarnos a ellos como a alguien sentado a nuestro lado en la terraza del bar. Cuando he acabado la lectura de este libro me he sentido parte del censo de Crosby, preocupado por sus gentes, compañero de sus destinos.

Mi personaje: Henry Kitteridge, leal marido de Olive, identificable tal vez como personaje secundario pero que acaba siendo el motor de toda la historia: “Es un inocente. Así es como ha aprendido a sobrellevar este vida.” (p.94)

Lo mejor: La sencillez que empapa cada relato, la sorpresa, la evolución de Olive…

Lo peor: Nada destacable. 

La recomiendo, especialmente para quienes buscan una lectura agradable, sencilla y, al mismo tiempo, de las que dejan poso unos cuantos días.