Hace ya tiempo que no traigo un post trinitario, y como hay quien me lo reclama, aprovecho la celebración esta semana de San Simón de Rojas para contar algo de su vida, apasionante como pocas.
Simón de Rojas nació en Valladolid el 28 de octubre de 1552, hijo de Gregorio Ruiz de Navamuel (natural de Valderredible, Cantabria) y de Costanza de Rojas (natural de Móstoles). Con veinte años hace su profesión como trinitario en Valladolid y es enviado a Salamanca para estudiar Artes y Teología. Recibió la ordenación presbiteral el 21 de septiembre de 1577 en Salamanca. Empezó a destacar como profesor de teología y predicador; pasó por Toledo, Valladolid, Cuéllar, Talavera de la Reina, La Guardia, Cuenca, Medina del Campo, hasta que en 1600 se retiró al Santuario de los Remedios de Fuensanta, cercano a La Roda de Albacete.
Ese mismo año lo destinan a Madrid y llega a oídos de los reyes Felipe III y Margarita de Austria su fama de predicador. Comenzó a frecuentar el Real Alcázar, hasta tres días por semana visitaba a los reyes, que le consultaban asuntos de todo tipo, no solo espirituales; incluso aceptaban los consejos siempre críticos que les daba Simón de Rojas. Ambos monarcas quisieron tenerlo a su lado en el momento de su muerte en El Escorial, Margarita de Austria en 1611 y Felipe III en 1621.
Curiosamente, esos dos años fueron decisivos en su vida y en su obra. En 1611 fundó la Real Congregación de Esclavos del Dulce Nombre de María, el Ave María, que más allá de sus actos de culto servía de apoyo al compromiso que el padre Rojas había iniciado para dar de comer a los pobres de Madrid, tanto en el comedor del convento de los trinitarios como en el Hospicio del Ave María y San Fernando fundado en la calle Fuencarral (actual Museo de Madrid). En 1621 es nombrado Superior Provincial de Castilla y llamado por el nuevo rey, Felipe IV, que lo conocía desde niño, para ser su consejero personal y confesor de la reina Isabel de Borbón.
Su gran devoción mariana, se le ha llamado el san Bernardo español, le impulsó a promover el culto del Dulce Nombre de María y de Nuestra Señora de la Almudena. En cuanto al Nombre de María, además de la Congregación antes citada, consiguió que se celebrara como fiesta en la Orden Trinitaria, y después que el papa Gregorio XV la extendiera a toda la Iglesia. De la Almudena, consiguió de la reina Isabel de Borbón que la parroquia en que se veneraba fuera elevada a Colegiata (fue derrumbada en 1868 para ampliar la calle Mayor). El padre Rojas saludaba siempre y a todos con un sencillo Ave María, de ahí el mote con el que era conocido en todo Madrid, el padre Ave María. El año 1622, la primera ocasión que se celebró en Madrid el Dulce Nombre de María, Simón de Rojas y otros trinitarios de la comunidad, dedicaron la noche previa a la fiesta a colocar en las puertas de todas las iglesias, palacios y edificios principales de la capital rótulos con las palabras Ave María. Le gustó tanto a Felipe IV la iniciativa, que mandó grabar en piedra el saludo, sobre las puertas de todo los edificios reales; actualmente solo se conservan en la Embajada de España ante la Santa Sede en Roma y algún que otro edificio de Madrid.
Cuando el Gran Duque de Osuna, D. Pedro Téllez-Girón, cayó en desgracia y fue encarcelado en la cárcel-castillo de Barajas, fue acompañado espiritualmente hasta su muerte por el padre Rojas. Las constantes visitas a la cárcel abrieron los ojos y el corazón de Simón de Rojas, que comenzó a visitar semanalmente otros presidios de Madrid, no ya con duques en sus celdas sino con pobres y desahuciados. El contacto con los pobres a los que daba de comer cada día en el Ave María, los niños abandonados de las calles, que le rodeaban allá donde iba, los presos de la Real Cárcel (actual sede del Ministerio de Asuntos Exteriores), las prostitutas a las que rescataba en la antigua judería de Lavapiés,… fueron dando al padre Rojas fama de hombre santo, en un legado que ha llegado hasta nuestros días: el comedor social del Ave María sigue atendiendo diariamente a cientos de personas, compromiso mantenido por la Congregación del Dulce Nombre y la Familia Trinitaria de Madrid.
Y como buen trinitario, se vio inmerso en la obra de la redención de cautivos, aunque nunca pisó el norte de África. Le tocó acompañar en la distancia el cautiverio de tres redentores trinitarios, Bernardo Monroy, Juan de Águilas y Juan de Palacios, que quedaron presos en Argel tras un rescate de cautivos. Unía a Simón de Rojas una gran amistad con el primero, y su sufrimiento por la falta de avances en la agónica situación queda reflejado en las decenas de cartas que les escribió, y en el juego de influencias que empeñó para que el Papa y buena parte de los reyes europeos consiguieran la liberación de los tres frailes, que nunca llegó.
El compromiso del padre Rojas con los más pobres de Madrid nos deja una anécdota que habla de su talante más que cualquier otra cosa que yo aquí pueda escribir. La reina Isabel de Borbón, pidió a Felipe IV que reclamara a Simón de Rojas dejar sus actividades de caridad si quería mantener sus oficios en palacio, sobre todo como su confesor. El Rey no sabía cómo afrontar tan difícil situación, ¿cómo se pide a un santo que deje de hacer lo que Dios le pide?, ¿cómo negar a los más pobres de Madrid esa mano amiga? Finalmente tomó valor y transmitió al padre Rojas la petición de su mujer, la Reina, a lo que San Simón respondió, “Si bien para Dios las almas de los reyes y de los pobres valen lo mismo, si me dan a escoger, prefiero a los pobres”. El padre Rojas, el padre Ave María, siguió visitando el Real Alcázar y siguió siendo confesor de la Reina.
Murió en Madrid, el 29 de septiembre de 1624. Sus funerales se recordaron por mucho tiempo, todos reconocían en él a un hombre bueno, un hombre santo. Incluso Velázquez lo retrató antes de enterrarlo (el que ilustra este post), y Lope de Vega escribió en su memoria su obra teatral La niñez del Padre Rojas. El cariño, la misericordia y la justicia que buscó en vida hicieron de Simón de Rojas un alma grande, precisamente él, que bien sabía lo que vale un alma.
