Un silencio elocuente

Hay silencios que matan, y silencios que hablan. Los silencios nos incomodan, porque crean nuevos silencios, porque no sabemos descifrar sus elocuencias, porque preceden tempestades, porque son incontrolables. En cuestiones de fe el silencio que más nos incomoda, y descoloca, es el silencio de Dios, un silencio de tumba, que alarga el silencio del calvario; un silencio de respuestas, que alarga el silencio de la guerra, de Auschwitz, de la enfermedad, de la muerte sin sentido…

No es fácil creer en esos silencios. En ellos muchas veces solo podemos sumar nuestro silencio cómplice, ese en el que no sabemos qué decir, o preferimos callar para salvar algo que llamamos dignidad. Cuando los discípulos se le iban a Jesús, en silencio, porque no podían pronunciar palabras como misericordia o perdón o amor, él preguntó a los pocos que quedaban, ¿también vosotros queréis iros?, y Pedro respondió, ¿a dónde vamos a ir? solo tú tienes palabras de vida.

Palabras de vida, palabras que salvan, y enseñan oportunidades, palabras que rompen silencios de tumba y se clavan en la carne muerta para llenarla de esperanza, palabras que alimentan miserias y engordan futuro, palabras que superan barreras de soledad para abrazar presente, palabras de vida.

Dios no ha callado, lo que nosotros decimos silencio él lo llama resurrección, nuestra ansiedad la nombra esperanza, nuestro desconcierto redención. El silencio es un acto de cobardía que nos aleja de lo humano, y divino, que nos constituye, es por eso que necesitamos pronunciar resurrección, esperanza, redención… palabras de vida, que no nos hagan cómplices de quienes odian la vida y preparan sepulcros. Dios no ha callado, somos nosotros, los que nos decimos creyentes, la Iglesia, los religiosos y religiosas, quienes callamos y blanqueamos tumbas, haciéndonos cuando hablamos esclavos de nuestras palabras.

La Pascua nos devuelve el misterio primaveral de Dios que se hace palabra, nos empuja a pronunciar palabras nuevas, llenas de vida, palabras de amor y de encuentro, palabras atrevidas, sin moldes, cargadas de futuro. Palabras de Vida.

Feliz Pascua, feliz Vida.

Con todo ganado

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: «¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!» Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: «Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas.» Pero las sensatas contestaron: «Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis.» Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: «Señor, señor, ábrenos.» Pero él respondió: «Os lo aseguro: no os conozco.» Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.»  Mateo 25,1-13

Nos creemos con todo ganado, con derechos por estrenar, con deudas por cobrar, reyes del mambo y guardianes de salvación. Y hasta tal punto lo creemos, que somos capaces de tergiversar las mismísimas parábolas de Jesús y hacerlas aparecer como miedo para insensatos. No nos ha bastado con todas las parábolas anteriores, aviso para navegantes que llamaban nuestra atención sobre eso de cuidarse en apariencias, de hablar con palabras huecas y no con el corazón, de aprovecharse de la fe de los pequeños.

Aquí las necias son las que han descuidado su luz interior, no por insensatez sino por confianza, excesiva confianza. Están en el lugar correcto, han hecho más de un esfuerzo por llegar hasta él; han cuidado los detalles más insignificantes, pero no los importantes; saben lo que quieren y cómo conseguirlo, pero ha creído que solo por su esfuerzo lo tenían todo ganado, y les han dado con la puerta en las narices.

La parábola no es para ponernos en vigilancia por los tiempos difíciles, sino por el modo en que vivimos esos tiempos, ese engaño en el que nos instalamos para aparentar que lo tenemos todo controlado, y nos lleva a abusar de quienes realmente sí estaban preparados para vivir en la incertidumbre. Esos, a los que tantas veces hemos robado su sencillez, su fe puesta a prueba en la ausencia y el dolor; esos, que han pagado con su pobreza nuestros excesos, son los que ahora entran en la fiesta de la vida, mientras nosotros, con cara de circunstancia, buscamos cómo digerir el desconcierto de vernos fuera y lejos de esa fiesta.

Versión 2

FElicidad

En los últimos tres domingos el evangelio nos ha ido dando pistas de qué significa eso de tener fe, con mucha claridad Jesús pregunta si somos capaces de encontrar este tipo de fe en la tierra, entre los que creemos en Dios. ¿Qué tipo de fe espera de nosotros?

Desde luego no una fe acomodada y llena de supersticiones, que en lugar de liberarnos nos encadena y nos aleja de la felicidad, es decir, de Dios. El termómetro para medir la temperatura de nuestra fe tiene tres rayitas, tan evidentes como importantes:

  • Confía y se fía. No solo da confianza a otros, sino que es merecedora de confianza, no está encerrada en sus seguridades, aprende a vivir en la duda, que también es parte de la fe;  no se queda en gestos externos, sabe alcanzar el interior de cada uno y transformando el mundo interior dar pequeños pasos para cambiar el mundo de fuera.
  • Es agradecida. Se sabe interdependiente, solidaria, parte de una comunidad que no se queda en la mera petición por lo que merece recibir, sino que vive en la gracia y en las gracias, siempre sumando, minimizando la egolatría que pretende convencernos de que todo se debe a nuestra inteligencia y a nuestro esfuerzo.
  • Ni cansa ni se cansa. Como el «alma que anda en amor» de San Juan de la Cruz, como la paciencia y constancia de los que esperan algo en justicia, como lo que nos hace fuertes. Una fe que no desfallece, que se crece ante lo que la quiere hundir.

¿Esta es la fe que Cristo quiere encontrar en mí? La verdad es que visto así todo esto parece muy complicado, ¿quién tiene una fe así de fuerte?, ¿cómo pensar que baste el tamaño de un grano de mostaza?, ¿en qué apoyarse para no sentir que esto supera mis fuerzas y me desequilibra?

Se nos olvida lo más importante de todo. La fe que Jesús quiere encontrar no tiene que ver con los adornos que le ponemos o las obligaciones que nos imponemos, porque mucho de ello me hace profundamente infeliz. Tengo la impresión de que mi fe no depende de caminar descalzo hasta tal santuario, de coronar una Virgen, de sumar misas o rosarios… Porque cuando la hago depender de muchas de esas cosas se convierte en una fe solitaria, engreída, cansada. El verdadero termómetro de la fe nos lo da la felicidad que vivimos y que compartimos. Hasta el punto de que, con mucha más claridad, podemos sacar del evangelio que si la fe que tienes no te hace feliz, ni hace felices a los que están contigo, es mucho mejor para todos que la dejes, que la pierdas.

Tampoco podemos confundir la fe con el hedonismo. La fe no es magia, no nos libera de nuestra condición, ni nos protege del mal que hay en el mundo; convertirla en algo así es hacerla caer en la superstición (¡la de imágenes que se me están viniendo a la cabeza ahora mismo!). La fe tampoco es ausencia de duda, la vida es duda y la fe sin la duda es solo muerte, decía Unamuno. La fe convive con la duda y con el fracaso, porque sabe vivir intensamente la vida, sabe que la felicidad no es una tonta ausencia de sentidos, y con los sentidos… ya se sabe.

ps.jpgCuando me encuentro con ciertas personas que se dicen «de fe», viendo lo que hacen y escuchando lo que dicen, asistiendo con sorpresa a sus excomuniones y obligaciones farisaicas, observando cómo se engañan con una falsa sensación de que todo va bien y no hay nada que replantearse, más me convenzo de que una fe que no es fuente de felicidad, no es una fe que merezca ser vivida, que por mucho que la disfracemos, no es la fe de Jesús. ¿Te has fijado en esas caras de cansancio y amargura de muchos de los que participan en una celebración, o de los que salen de la iglesia después de Misa?, ¿o la cara de esos curas y obispos y religiosas, tersa y cuidada,  sin una sola arruga de expresión (esas que salen por sonreír)? No hay Q10 que pueda con la fe sencilla del grano de mostaza, o del leproso agradecido, o de la viuda insistente. No hay Q10 que pueda con la FElicidad de quien, sencillamente, cree.