Ignorancia e intolerancia

La semana pasada nos sobresaltó el brutal ataque en dos iglesias de Algeciras, con el triste resultado de un muerto, varios heridos y cientos de noticias cargadas de miedo e ignorancia. No podemos evitar juzgar estos acontecimientos con las cortas herramientas de nuestros prejuicios, medirlos a partir de ideas que ni siquiera hemos pensado bien, sacar conclusiones que nos salven del sentimiento de inseguridad. Tampoco podemos evitar, aunque deberíamos, interpretarlo todo desde una posición de superioridad, moral, cultural, religiosa; realmente da igual, porque ninguna de ellas es capaz de dar respuesta a nuestros miedos ante la diferencia y lo incomprensible.

He estudiado el islām, sus textos, su teología, sus sabios y místicos. Evidentemente, lo he hecho como cristiano, con mi tradición a cuestas, lo que a veces ha supuesto un fardo, pero otras muchas, una riqueza. Lo más fácil de aceptar, para alguien que se adentra en el islām desde fuera, es la belleza de la espiritualidad sufí, que nos muestra desde siglos una imagen de tolerancia y sabiduría cercana a la espiritualidad de nuestros propios místicos, aunque hablar de propios cuando nos referimos a la mística es prueba de la pobreza hermenéutica en nuestras ideas preconcebidas. Los místicos, recorran el camino que recorran, se saben buscadores de la belleza de Dios en el mundo, en sus vidas y en todas las personas; saben que tan solo se aproximan a la verdad, la desean pero no la poseen.

Más difícil es aceptar esa otra imagen del islām que nos llega medio oculta por el desconocimiento y por siglos de desencuentro. Las reacciones más comunes son la ignorancia y la intolerancia. Tampoco nos creamos más intransigentes que nadie por ello, en el mundo islámico ocurre prácticamente lo mismo en su percepción del cristianismo. Hace tiempo leí un pequeño libro de Amín Maalouf, Las cruzadas vistas por los árabes. Fue un gran descubrimiento para mi, que tanto había leído sobre las cruzadas vistas desde mi orilla. Maalouf es cristiano, de origen libanés, y sabe de la importancia que tiene calzar las sandalias del otro para poder sentir el mundo de un modo nuevo. Su vida, como la de su familia, no ha sido fácil, podríamos decir que es una de tantas víctimas de la intolerancia, vagando de un país a otro, repudiado por unos y otros porque no se conformaba con odiar. Como él mismo dice en otro de sus ensayos, vivimos obsesionados en hallar para cada problema un culpable antes que una solución (de su libro Identidades asesinas, muy recomendable también).

Después, cuando ocurren actos tan incomprensibles como el de Algeciras, y tantos otros que forman ya parte de nuestra memoria colectiva, por su dramatismo y crueldad, la ignorancia y la intolerancia vuelven a ser protagonistas de las reacciones mayoritarias en la sociedad. Ya no es solo que el dolor domine nuestra respuesta, a veces hay que escuchar con asombro justificaciones e interpretaciones de políticos e intelectuales que tiran de tópicos y traen más desconcierto que tranquilidad. Decir a estas alturas, por ejemplo, que los católicos somos más tolerantes que los musulmanes, porque no usamos la violencia para imponer nuestra fe, es desconocer tanto la historia como la realidad más profunda y real de ambas religiones; asociar cierta superioridad moral a una determinada tradición religiosa, menospreciando la vida y el compromiso de los millones de fieles que practican su credo en paz y en espíritu constante de conversión (porque eso es realmente la yihad, más parecida a la ascética cristiana de lo que nos hacen creer), es una incendiaria forma de polemizar, engañar y polarizar el diálogo y el encuentro.

Tras los sangrientos atentados de París, en noviembre de 2015, que provocaron 130 muertos y 415 heridos en la sala Bataclan y otros lugares, el periodista Olivier Roy publicó una columna en Le Monde (24/11/2015) de la que anoté una intuitiva y sobrecogedora idea, que puede ayudar a situar toda esta locura, pero sobre todo el verdadero problema: No es el islam el que se radicaliza, es la radicalidad la que se islamiza. Queda claro.

No encuentro un modo mejor de acabar este post que los conocidos versos de un gran místico musulmán del siglo XIII, Yalāl al-Dīn Rumī:

La cruz de los cristianos,
palmo a palmo examiné.
Él no estaba en la cruz.

Fui al templo hindú, a la antigua pagoda.
En ninguno de ellos había huella alguna.

Fui a las tierras altas de Herat, y a Kandahar.
Miré. No estaba en las cimas ni en los valles.
Resueltamente escalé la fabulosa montaña de Kaf.
Ahí sólo estaba la morada del legendario pájaro Anqa.
Fui a la Caaba de la Meca. Él no estaba allí.
Pregunté por él a Avicena, el filósofo.

Él estaba más allá del alcance de Avicena.
Miré dentro de mi propio corazón.
En ese, su lugar, lo vi.
No estaba en ningún otro lado.

Un comentario en “Ignorancia e intolerancia

  1. Hermano, como tantas otras veces, pero algo más si cabe, es impresionante leerte hoy. Con esa sensatez, con esa claridad y serenidad en cada una de esas frases.
    Gracias por ordenar mis sentimientos y espero que los de muchos otros

    Le gusta a 1 persona

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