Esta semana nos atormentan nuevamente con esa atrocidad del Blue Monday, el llamado día más triste del año, que celebra desde 2005 cada tercer lunes de enero. Es una efeméride con un origen comercial, algo que ya no extraña a nadie: la compañía de viajes inglesa Sky Travel dice haber calculado, mediante una ecuación, el día más triste y deprimente del año. Dejando a un lado el gusto por lo mágico y extraordinario, y mirando de reojo el intento de aportar seriedad al asunto con supuestas fórmulas matemáticas, lo cierto es que tenemos una atracción, podríamos decir que innata, a buscar la tristeza, y justificarla.
Como, además, nos gusta el juego de los contrarios, no podía faltar el día más feliz del año, llamado Yellow Day, cada 20 de junio esta vez, último día de la primavera y pórtico del solsticio de verano, sostenido también en supuestos análisis científicos en los que han participado psicólogos, sociólogos y meteorólogos. La paradoja de este invento es que ignora una parte importante del planeta, y como todas las cosas mágicas parece solo destinado al punto de vista de unos pocos. Eso si que es triste.
Da lo mismo buscar una cosa o la contraria, días tristes o días felices, si no hemos sido capaces de ser, ser plenamente, ser conscientemente, el resto de los días de nuestra vida. Personalmente me resisto a que los algoritmos, por muy científicamente que se nos presenten, marquen le felicidad o la tristeza de mi existencia. Pero, sobre todo, me resisto a que deba definir cada momento a partir de ideas que decidan mis sentimientos y olviden mi realidad.
Walter Benjamin, un curioso y, por desgracia, poco conocido filósofo alemán de la primera mitad del siglo XX, dedicó una parte importante de su pensamiento a la idea de felicidad. En su pequeña obra Dirección única leí una afirmación que llevo rumiando largo tiempo, Ser feliz significa poder percibirse a sí mismo sin temor. Los días tristes son aquellos en que nos tememos a nosotros mismos, encerrados en una soledad que nos asusta, que nos devuelve a los abismos personales, que parece recordarnos todos los imposibles que nos habitan. Son tristes los días en que hacemos memoria de nuestras debilidades y nos hundimos con ellas, con miedo a que hayan convertido en absolutos de sentido, con pánico a que nos definan. No hay ecuaciones para ello, solo desconfianza. Da lo mismo que sea el tercer lunes de enero o el cuarto viernes de agosto, hemos dejado de creer en nosotros mismos.
¿Y no habrá mayor tristeza que tener que buscar un día como el más feliz del año, o de la vida? Pero lo hacemos, lo buscamos y lo aceptamos, como si en ello nos fuera la misma vida. Los días felices no son los que superan índices de tristeza, digan los meteorólogos lo que quieran, sino en los que hemos aprendido a admirar la belleza incluso de nosotros mismos; los días del reencuentro con la confianza, en los que comprendemos que podemos agradecer por aquello que no acabamos de aceptar; los días en los que nos percibimos, como nos invita Benjamin, sin temor; los días en los que dejamos de ver las cosas como una dicotomía simple entre el ser y el hacer, entre la tristeza y la felicidad; los días en los que tomamos la decisión de ser nosotros mismos.
Hoy es ese día, sin apellidos. Hoy es el momento de percibirte como Dios te ve, y te ama.
Magnífica reflexión que invita a reflexionar, Padre Pedro.
Creo que la verdadera felicidad no depende de nada material, ni exterior. Creo que la capacidad de ser felices la tenemos todos dentro, estés en la circunstancia que estés. Sé que esta última frase invita a la polémica, y a tirar balones fuera, pero estoy convencido.
¿De qué depende ser felices? Pues para mí, (que no soy ni filosofo ni teólogo ni nada especial), la felicidad depende de la capacidad que tenemos de conocernos a nosotros mismos, de «vernos desde fuera» y «por dentro», de sentirnos y de amarnos. Con nuestros defectos y con nuestras virtudes, con la humildad de aceptar lo que somos, y con la confianza de que Dios (si creemos) o la Vida (para el que no crea) nos quiere tal y como somos. Para El somos perfectos, somos su Obra, somos queridos. Y UNICOS.
Creo que Walter Benjamin tiene razón.
Tendemos a utilizar el concepto de la felicidad para resumir salud, dinero y por último amor (de pareja). Eso es lo que consigue como resultado un «ego feliz». No la FELICIDAD. Si el ego es «feliz» es a base de placer. Placer y felicidad, pueden ir unidos pero nada tienen que ver. La verdadera felicidad no es muy compatible con el ego. Ni con la dependencia material (se sea rico o pobre) ni con la salud férrea o débil. Es una consecuencia de tener una vida espiritual, de ser conscientes de lo que realmente somos, y no de QUIENES SOMOS o QUÉ HACEMOS. Ser conscientes de que AMAR y darnos es el secreto de la FELICIDAD, y para ello debemos empezar por amarnos a nosotros mismos, no desde la mente, desde el ego, sino desde el descubrimiento y la aceptación humilde de lo que realmente somos.
«Amarás al prójimo COMO A TI MISMO». No puede estar más claro: para amar de verdad primero tenemos que ser capaces de amarnos.
Solo tenemos que pedirlo (a Dios, al Infinito, a la Energia…a la Vida…cada cual según su fé) y como es algo bueno, se nos dará. Gratis.
«Pedid y se os dará».
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