Hace un año tomé nota de una historia que Carlos del Amor llevó a las noticias de TVE con motivo del día mundial de los museos, y que merece la pena rescatar: Cuando hacía el reportaje, se encontró con una señora de 92 años que veía por primera vez el cuadro de Las Meninas en el Museo del Prado. Carlos del Amor se cruzó en su camino, y como suele hacer, con su calidez y cercanía, la convirtió en el centro de la noticia. El reportaje termina afirmando que el arte, la cultura, es tan necesaria como el aire que respiramos.
Cada camino escogido nos lleva a encuentros inesperados, es así como se configuran las culturas, a partir de la capacidad significativa de los símbolos y del universo de encuentros que generan. Cuando entro en un museo por primera vez me gusta deambular, dejarme llevar por esos caminos de descubrimiento, en el que me invaden las sorpresas y el asombro, a veces por grandes y maravillosas obras de arte, otras por escondidas y pequeñas obras que parecían esperarme desde hacía tiempo, cada vez más cómplice con el arte abstracto que con el figurativo. Si tengo la oportunidad de regresar al museo, sus caminos interiores devuelven a esos espacios de sentido, que han aguardado pacientemente mi regreso, que han alimentado mis sueños, que equilibran todas las heridas y caídas acumuladas hasta entonces.
Y ya que he comenzado con el Prado, esos caminos me llevan a tres obras que me salvan constantemente. El descendimiento de Cristo, de Roger van der Weyden; la Anunciación, de fra Angelico; y un pequeño bodegón de Juan Sánchez Cotán. Es solo después de estas visitas cuando dejo que mis pasos me conduzcan a otros encuentros inesperados. ¿Por qué esos tres cuadros? Cada uno de ellos ha marcado un momento decisivo de mi vida, fueron encuentros inesperados cuando andaba en busca de respuestas, y me salvaron, de un modo u otro lo hicieron, complejo de explicar, porque hay experiencias que se corrompen con las explicaciones.
El arte es tan necesario como el aire que respiramos, decía Carlos del Amor, porque el arte es salvación, nos rescata de los vacíos que se crean en nuestras relaciones, nos ayuda a encontrar nexos de unión que ni siquiera las palabras pueden concebir, nos conecta con preguntas de sentido que quedaron suspendidas en la memoria, nos salva de la tentación de lo asimbólico, del deseo de lo simple, de las búsquedas infructuosas. El arte nos humaniza, y lo hace porque abre una gran ventana a la trascendencia, nos acerca a Dios, nos permite acceder al acto de creación permanente. Nos salva.
