Todos los años convertimos estos días de Navidad en momentos de espera. Esperamos descansar, esperamos que las cosas cambien, esperamos regalos, esperamos, incluso, ser nosotros mismos los que cambiemos, como si el nuevo año fuera capaz de resetear lo que el viejo no ha hecho más que confirmar. Esperamos, en definitiva, espantar todos esos signos de victoria que la fatídica muerte ha levantado a nuestro alrededor. Los hay que esperan sentados en el sofá de su casa, y también los hay sentados sobre una valla que alguien colocó para no dejar pasar la muerte, de la que huían los que ahora la desafían.
Aunque, lo auténticamente digno de celebrar en estos días es la vida. Vida en la que descansamos, vida que representa el cambio, vida que se nos regala, vida que se abre paso y amenaza, con más fuerza aún que la muerte, nuestra autoconvencida sensación de necesidad. Vida que nos sitúa a un lado de las vallas, siempre el correcto si es que realmente la estamos viviendo, vida en abundancia que se descubre, casi escondida, en los que desde hace más de dos mil años comparten pesebre con el que es, en sí, la Vida.
Deja pasar la vida, no le pongas vallas, no la devuelvas «en caliente», arriesga todo, porque, tal vez, la vida que pretendemos proteger con tanto esmero y concertina, no sea más que una muerte disfrazada de futuro.
Deja pasar la vida, la vida en abundancia que, una vez más, se nos regala.
P.S. Pues sí, no puedo menos que recordar en estos días a D. Jorge Fernández, Ministro de Interior, que en no pocas ocasiones ha sido llamado por nuestros obispos «buen católico», y nos ha dejado exhortaciones tan pontificales como aquella de que «España será cristiana o no será». Parece que a nuestro «buen católico» ministro le salen sarpullidos con esta Iglesia que critica sus «devoluciones en caliente» y su cristianismo de salón y misa de domingo. Bueno, pues para él también hay vida en abundancia, siempre que la deja pasar… qué menos.
Me impresiona y interpela esta felicitación. Muchas gracias.
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