Un año más miércoles de ceniza. Y como todos los años, viene casi de sorpresa, aún no nos hemos recuperado de los atracones de azúcar de la pasada Navidad y ya toca ponerse serio e ir pensando en ser la sal de la tierra más que la guinda del pastel. Y, a pesar de eso, todos los miércoles de ceniza, todas las cuaresmas, me siguen pareciendo iguales, con los mismos ritos y tópicos, con las mismas palabras, de esas en las que creemos un día y olvidamos al siguiente: “conviértete”, “cree en el Evangelio”.
Todo cambia en el momento en que empiezo a pensar la cuaresma como oportunidad y no como ajuste de cuentas, como mirada al frente y no como fardo pesado. Esa es la conversión que Dios me pide, y no tiene nada que ver con la típica y tópica imagen cuaresmal de la penitencia replegada sobre mí mismo, envuelta en unos símbolos, oración, ayuno, limosna, que hemos reducido a gestos externos y de castigo.
Conversión significa vivir en positivo, y la cuaresma es el entrenamiento perfecto para esta vida nueva que aún espera salir con fuerza de mi interior. No es mirar hacia abajo, ni hacia un pasado que me aplasta y encadena. No es recordar el polvo, la nada, que soy, y menos aún el que llegaré a ser. Lo siento, pero me niego a conformarme con una cuaresma que se quede en todo eso, que se gusta en masoquismos de gestos sin fuerza ni sentido. Así es como nos han enseñado a vivirla desde nuestra niñez, puede que sea hasta más cómodo dejarse llevar por todo eso, porque nos hemos acostumbrado a sentir que el dolor y la miseria ejerce un valioso poder sobre los otros.
Conversión significa vivir en esperanza, levantar la mirada, creer y confiar que ese futuro que Dios me pone cada día por delante es para mí, a pesar de que, mirándome en el espejo intuya que no lo merezco. Así es como Dios me ama, y por eso me invita a dejarme de giros sobre mí mismo, a olvidarme de mis fracasos y poner por delante en cada caída, en cada fracaso personal, lo que estoy llamado a ser. Es practicar cada día lo que será la vida nueva en Jesús, el Resucitado.
Conversión significa vivir en evangelio, confiar en la buena noticia que planea sobre todas las miserias que tejen mi mundo, mi vida y mi relación con Dios. No me desprendo de ellas, es cierto, y algunos días reaparecen sin invitación. Esos días, hoy puede ser uno de ellos, Jesús me recuerda que no es cuando aireo y me regodeo en las miserias, sino cuando las vivo en la intimidad del Padre y las hago futuro cuando me permiten reencontrar la confianza en las personas, en Dios y, especialmente, en mí mismo.
Es tiempo de cuaresma, es tiempo de prepararme para resucitar.