Puestos a prueba

Una de las enseñanzas más interesantes del libro de Job es que el mal nos pone a prueba constantemente. Cuesta aceptarlo; sería mucho más llevadero que fuese el bien quien nos probase, que la existencia estuviera envuelta en amabilidad y ternura. Sin embargo, una vez hemos acumulado suficientes experiencias vitales, comprendemos que las cosas no funcionan así. ¿Qué hacer entonces?

Job es conocido como el santo de la paciencia. Se enfrenta a la prueba con la atención puesta más allá de lo tangible, introduciéndonos en un encuentro con la realidad que no da lugar al autoengaño, aunque nos resulte satisfactorio. Lo de Job no es simplemente paciencia; no se resigna infructuosamente no acepta pasivamente lo que le ocurre. En lugar de eso, elige pensar por sí mismo, sin dar espacio al juicio. Cuando permanecemos en la prueba, lo primero que perderemos es la esperanza. Es fácil reemplazarla con nuestros juicios y confundir los intersticios de la vida con ausencia y vacío. La prueba se convierte entonces en queja y la intemperie en amenaza.

Así lo interpretó Jung cuando quiso dar respuesta a Job: Pensar es difícil; por eso la mayoría de la gente prefiere juzgar. La prueba es el lugar del pensamiento propio, por difícil que resulte. No se requiere paciencia, sino integridad y esperanza. Es en la prueba donde descubrimos que no somos seres completos; nos revela que estamos formados también por pérdidas y grietas, aunque nos cueste nombrarlas y parezca más fácil silenciarlas. No hay bondad en ocultarlas ni virtud en resignarse.

Pretender habitar una existencia de perfección, sin grietas ni fisuras, es una trampa para controlar nuestra libertad. La vida no necesita círculos cerrados, que a menudo se convierten en círculos viciosos, sino ángulos de pensamiento propio que fomenten la superación permanente. Ángulos de todo tipo, lo más alejados posible de la indiferencia, porque lo importante no es su medida sino su pluralidad. Cuando Nietzsche da la palabra a la vida en, Así habló Zaratustra, la hace exclamar sin pudor: Ya ves, yo soy la que debe superarse siempre. No hay superación sin prueba, sin aceptar nuestra incompletitud. No hay superación, sino engaño, si solo buscamos un pensamiento que brinde seguridad a nuestras búsquedas, tan fuerte y eterno que, al llegar la prueba, su peso nos hunde sin remedio y sin refugio.

Pero a los malvados se les ciegan los ojos, no encuentran refugio, su esperanza es solo un suspiro (Job 11,20).

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