Asistir desde la distancia al debate que en los últimos días, y especialmente la noche del cinco de enero, se ha creado en torno a las cabalgatas de reyes, es como un bálsamo hemorroidal. Pero, ¿qué estamos haciendo? Nos hemos convertido en tristes defensores de historias que han perdido hace tiempo su condición de parábolas de la vida. Se indignan por la elección de mujeres para representar a un Rey Mago los mismos que atacan el inmovilizo vaticano para no dar el sacramento del orden sacerdotal a las mujeres; se rasgan las vestiduras por las túnicas y la estética de fantasía de unas figuras de fantasía, los mismos que reclaman adaptar formas y estilos a los nuevos tiempos.
Vivimos engañados y engañándonos, y en semejante mentira colectiva, que sirve para sentirnos seguros, apoyados en las tradiciones, en medio de un mundo cambiante y acelerado, perpetuamos formas que traicionan la buena noticia por la que Jesús de Nazaret fue entregando su vida poco a poco. Las Cayetanas Álvarez de Toledo* de hoy son los Herodes de entonces, impasibles ante lo que explota delante de sus narices, incapaces de interpretar los signos y la intrahistoria, lugares teológicos donde Dios actúa y que los amparados en el poder tienden a desacreditar como espacios sagrados. Aquellos personajes que se presentaron en Jerusalén porque habían visto aparecer una estrella tenían más de fantoches que de reyes, eran más dignos de burla que de respeto, encajaban poco en el palacio de Herodes y menos aún en la casa humilde de María y José (no, no fueron a ningún pesebre de animales, se les hace llegar a la casa). Pero son justamente esos símbolos de contradicción los que nos recuerdan que Dios actúa, que nos salva a través de gestos sencillos y por medio de los débiles.
Nuestro engaño, en el que ha caído siempre mucha gente de Iglesia, consiste en empeñarnos por desplazar esa actuación marginal de Dios para ocupar su puesto con Reyes, poder, trajes deslumbrantes y demás tranquilizadores de conciencia que nos ayude a pensar que no todos los que vienen de oriente son unos terroristas sin escrúpulos. Convertir un símbolo en algo real, dotarlo de historia y de poder, vestirlo de gala y construirle toda una catedral gótica en Colonia como panteón, puede que sirva para canonizarlo pero lo separa definitivamente del plan de salvación de Dios. Solo superamos el engaño cuando recordamos a los niños, y a los adultos, que el Dios al que adoramos y veneramos se vale de lo hortera de este mundo, para hacernos ver que la salvación viene de lo sencillo y tiene su fuerza en lo que el mundo desprecia, es Evangelio puro.
¿Qué me importa si representa esos símbolos una mujer en lugar de la tradicional imagen barbada de un varón viejo y cansado (que, por cierto, qué mal puestas)?, ¿qué me importa si se viste con trajes de fantasía o se parece a un mago (aunque…, se supone que debería parecerse más a un mago que a un rey)? No estoy por creer que la alcaldesa de Madrid haya tenido en cuenta todo esto del significado teológico y simbólico de los Magos de Oriente, pero estoy convencido de que nos ha hecho un favor colateral, al desvelar a tanto fanático y fariseo que se siente más seguro con los mitos que con el Evangelio de Jesús.
* Cayetana Álvarez de Toledo, ex diputada del PP y actual Directora del Area Internacional de Faes es considerada la iniciadora de la etiqueta #noteloperdonarejamasManuelaCarmena en Twitter. Por cierto, compañera de partido y amiga personal de D. Jorge Fernández Díaz, ministro del interior en funciones y paladín de las devoluciones en caliente y las vallas en Melilla y Ceuta. Voy entendiendo que a unos reyes vestidos de armiño y con petrodólares en el banco no hay motivos para denegarles la entrada y los permisos de residencia, y ya puestos hasta reírles las gracias como presidentes de nuestros clubes de fútbol o nuestras empresas deficitarias, al fin y al cabo eso no quitará el sueño a la hija de doña Cayetana.