Hace unos días… me sorprendieron unas declaraciones del arzobispo de Tarragona sobre algunos temas «calientes» que en la Iglesia aún no tenemos asumidos. Entre ellos el del papel de la mujer en la Iglesia, de lo que a veces se suelen escuchar y leer argumentos que, de no ser porque sabemos que quienes los dicen se los están creyendo fanáticamente, nos harían reír hasta la extenuación. El buen Monseñor dice que cada uno tiene su función, no podemos «ser otro», él aunque quisiera no puede asumir lo que por naturaleza corresponde a una mujer.
El Arzobispo dice ahora que es necesario leer sus palabras en el contexto y con la intención dichas. Estoy haciendo un esfuerzo para ello, leyendo y releyendo. Pero no me encaja. En primer lugar por mezclar las funciones fisiológicas y naturales con las propias de un ministerio. En segundo lugar, porque hace unas semanas hemos recordado y celebrado que Dios cuando quiere decirnos que «hay salida» no lo dice, lo hace, «es otro», teológicamente lo llamamos encarnación. Y para ello no tiene otra salida que asumir por naturaleza lo que corresponde a lo femenino, sólo así puede dar vida y preñarse de ella, darnos vida y esperanzarnos en ella.
Cuando volvemos a las patriarcales ideas que colocan a cada uno en su lugar y obligan a «reconciliarse» con lo que a cada uno ha tocado ser, renunciamos a la fuerza creadora y transformadora de la encarnación, ser otro, ser en el otro, dar vida, llenarnos de vida. Sólo puede sentir la vocación, y específicamente la vocación trinitaria, quien está dispuesto a asumir esto. De otro modo seguiremos una intuición, viviremos en comunidad, nos mataremos haciendo miles de cosas, reclamaremos la libertad de los cautivos, pero habremos olvidado la gloria de la Trinidad, que se define esencialmente por «ser otro».