Critica… que algo queda

La crítica es para demasiadas personas un modo de vida. Hay quien se instala en hablar mal de los demás, en ver solo lo negativo, en relacionarse solo con las sombras que generan los encuentros. Decía Tales de Mileto, el gran maestro de filósofos, que lo más difícil del mundo es conocerse a uno mismo, y lo más fácil hablar mal de los demás.

En toda crítica hay dos partes: la que emite el comentario y la que lo recibe. Quien hace la crítica suele usar argumentos generalmente parcialistas, a veces justificados, otras gratuitos y frívolos. Para criticar es necesario contar con habilidades sociales que abran al diálogo constructivo, porque una crítica debe ser un momento de crisis, es decir, de cambio, de crecimiento. Por eso es tan importante la otra parte, la que recibe la crítica. Unos se especializan en el arte del escurrimiento, todo les resbala, se cierran a cualquier comentario sobre sus acciones o decisiones, sean buenas o malas; otros lo llevan a lo personal y, afectados siempre por la imagen que dan y por la opinión de los demás, se hunden en abismos de fracaso; también los hay que saben habitar el complejo arte del discernimiento, todo les enriquece, e integran las críticas para conocerse mejor a sí mismos y no dejarse llevar por éxitos efímeros o fracasos monumentales.

Y como hilo conductor, el diálogo. Dialogar es mucho más que hablar, o que dejar espacio para escuchar al otro, no puede medirse por un pacto de tiempos donde el respeto sea el único invitado al encuentro entre personas, ideas o creencias. Muchas veces reclamamos tolerancia, sin darnos cuenta de que el diálogo va más allá de tolerar otras presencias (de personas, ideas o creencias), implica comprensión y conocimiento, que comienza por uno mismo. En el diálogo apócrifo de Platón Primer Alcibíades, Sócrates instruye al joven Alcibíades, aspirante a la política, recordándole que antes de gobernar a otros su tarea es gobernarse a sí mismo, es decir, practicar el autoconocimiento: Para encontrarte a ti mismo, conócete a ti mismo.

Sócrates recuerda el consejo que pudo leer en el templo de Apolo en Delfos, el famoso Conócete a ti mismo, según nos cuenta Jenofonte, y lo aplica a la práctica de la vida: es necesario comprenderse, aceptarse, equilibrarse, para poder dialogar con otros, para que las palabras y las acciones nos definan, para que seamos constructores de crecimiento compartido. No hay encuentro con el otro si no ha habido antes un verdadero encuentro con uno mismo, y por tanto, no hay conocimiento del otro si no hay autoconocimiento. De otro modo solo estaremos proyectando nuestras frustraciones en forma de crítica, pero habremos perdido todas las razones.

Y ya que estamos con Sócrates, suele hacerse referencia a su anécdota de los tres filtros, basada en su método de conocimiento, la mayéutica, aunque realmente es una tradición apócrifa que no encontraremos en los diálogos de Platón. Cuenta así: Un discípulo llega a Sócrates muy agitado, porque ha encontrado a un amigo que le ha contado algo sobre un conocido de Sócrates. Sócrates le pide calma y le dice que, antes de escuchar la crítica de su amigo, tiene que responder a tres preguntas importantes:

¿Estás absolutamente seguro de que es cierto? A ver, yo solo sé lo que mi amigo me ha dicho que le han dicho que ha hecho un amigo tuyo…, es un rumor, pero en realidad… no sé si es cierto o falso.

Lo que me vas a decir, ¿es bueno? No, claro que no, al contrario, es una historia truculenta, jugosa, eso sí, porque… ¡vaya amigo tienes, Sócrates!

Lo que vas a contarme, ¿me servirá de algo? Bueno, sí…, claro… Quiero decir…, para saber cómo se las juega, para… En realidad, no sé para qué podría servirte.

Así que Sócrates dice a su discípulo: Entonces quieres contarme algo que es malo, que seguramente no sea cierto, y que además no me será útil. ¿Para qué contármelo?

El método es incontestable, y no viene mal aplicarlo desde cualquiera de las dos partes que participan en el juego de la crítica, más aún en este tiempo de los like y los me gusta, que tantos naufragios provocan en nuestra vida condicionada y obsesionada por los comentarios de las redes sociales, aborregados por esa falsa idea de que la imagen que ofrezcamos tiene que ser siempre positiva y bella ojos de los demás. Y aunque no es fácil pararse a poner orden, conocerse sin filtros y pasar todo por el tamiz de lo verdadero, lo bueno y lo necesario, es imprescindible para una comunicación constructiva y sana.

La crítica tendrá un corto camino si sabemos manejar su intrusión en nuestra vida, por duro que resulte; si actuamos desde la humildad; si nos enfrentamos a un autoconocimiento que espante rumores y aproxime sensatez; si nos proponemos mejorar los encuentros, y prepararlos, como si auténticos exámenes de la vida. El cotilleo es vivido muchas veces como deporte, hay incluso quien se entrena desde temprano con pequeños chismes y murmuraciones, o con comentarios jocosos sobre los más débiles, porque es la única forma que conoce de relacionarse con normalidad. Critica, que algo queda. Pero hay muchos más caminos, más allá de los atajos.