Cuando aparecen los “si hubiera”

Hace cinco días falleció mi padre. Comparto la homilía que hice en su funeral, porque así hago memoria de su vida, también porque me ayuda a integrar y equilibrar muchas situaciones que ahora me zarandean. Gracias por vuestras oraciones.

Hay expresiones que forman parte de nuestra historia, se quedan amarradas a nuestros deseos y a nuestras búsquedas en los momentos de oscuridad y pérdida. Hemos escuchado en el evangelio una de esas expresiones, en el marco del encuentro entre Jesús y Marta, tras la muerte de su hermano Lázaro. Marta dice a Jesús: “Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano». Sincera queja que refleja muchos de nuestros sentimientos en estos días: una mezcla de fe y dolor, de búsquedas rotas y lazos perdidos.

Cuando aparecen los “si hubiera”, nos situamos en la esperanza de que las cosas podrían haber sido diferentes. La memoria se nos llena de condicionantes no siempre asumidos. Ya no es solo, como en Marta, un “si hubiera” que evitara la muerte; nos persiguen los “si hubiera” que han formado parte de nuestra vida y relaciones. “Si tan solo hubiera hecho esto o aquello”; “Si hubiera dicho”; “Si me hubiera callado”; “Si hubiera…”. En los últimos cinco días, estos pensamientos han invadido mi mente, la mayoría de ellos relacionados con momentos amargos y difíciles en la relación personal con mi padre. Estoy convencido de que mi madre, mi tía y mis hermanos han hecho también su propia colección de “si hubiera” en estos días.

Este vendaval de pensamientos no solo ha destapado lo amargo, sino que también me ha devuelto a tiempos pasados, a caminos que aprendí de mi padre y de su mirada atenta. El recuerdo más antiguo que tengo de mi padre es de él detrás una cámara, siempre buscando el encuadre perfecto para retratar el paso de la vida. A través del objetivo, enfocaba el mundo y a las personas, como si quisiera poner orden en los sentimientos que nos agitan y nos dejan al descubierto, perpetuando después ese orden recién encontrado en diapositivas y cientos de metros de película fotográfica, que mi madre conserva con cariño. Con el tiempo, su pasión cambió de la cámara a las lentes correctoras de la visión. Ya no le bastaba mostrar a otros cómo veía el mundo; quiso ayudar a que viéramos la realidad con una mirada nueva y crítica, por nosotros mismos.

Otro recuerdo que guardo con admiración es su valentía para emprender senderos poco transitados, enfrentando desafíos y adversidades con fortaleza. Muchos lo habéis conocido y respetado también por este rasgo de su personalidad, cambiando los condicionantes “si hubiera” por los posibilitadores “por aquí es”. Esto solo puede hacerse desde la acogida de la propia identidad, conformada por fortalezas y debilidades. Está contenido en la respuesta que Jesús da a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida, quien crea esto vivirá”. Nada de mirar al pasado paralizador, sino ponerse ante cada reto en perspectiva de resurrección y de vida. Este es el mejor legado que he recibido de mi padre. Todo lo que soy, lo debo a la combinación de ese espíritu creativo con el realismo práctico y comprometido de mi madre.

Pero en todos los caminos que emprendió a lo largo de su vida, mi padre también tuvo momentos de desorientación, en los que perdió mucho más de lo que encontró. Quiso llegar a un horizonte más allá de la mirada y, a su paso, creó vacíos y ausencias. Me consta que la llegada de esta enfermedad, en el dolor de los sentimientos de fragilidad, también le ha regalado la oportunidad de contemplar esos vacíos desde una nueva perspectiva. También para él, la muerte, desde que comenzó a rondarle, ha venido al rescate de la vida.

Al aceptar ese difícil regalo, comprendió su necesidad para sanar heridas y buscar la paz interior. Su última aventura ha sido la música, que no es sino otra manera de mirar la realidad, interpretarla y compartirla. Me ha alegrado conocer, hace poco, el estreno de su primera composición musical polifónica esta pasada Semana Santa: un magníficat. En un video de YouTube, él mismo explica esta obra como una maravillosa expresión del encuentro y de las obras grandes que Dios hace en cada uno de nosotros. ¡Hay tantas cosas encerradas en esas notas y en esas palabras!

En estas circunstancias, zarandeados por los recuerdos, quedamos expuestos y vulnerables, pero nos permiten acercarnos a los umbrales de la fe y del perdón. Sin perdón, sin fe, no hay posibilidad de resurrección, de vida tras la muerte. Necesitamos el perdón porque nos libera, nos sana, nos permite mirar con esperanza. El perdón desata nudos, emociones no expresadas, palabras no dichas, gestos no realizados. La fe en la misericordia de Dios, “¿Crees esto?”, proponía Jesús a Marta, disuelve los nudos a la luz de los encuentros que no fueron, pero que existieron, transformándolos en hilos nuevos de consuelo y confianza. Celebramos esta fe desde la vida, la valentía y las luchas interiores de mi padre, que nos desafía a ser mejores, perdonar y amar con autenticidad.

“Creo, Señor, que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios”. La fe de Marta posibilita la vida de su hermano Lázaro. Nuestra fe, compartida en esta celebración de acción de gracias, viene también al rescate de la vida de mi padre y lo vuelve a llevar allí de donde nunca quisimos que se fuera.

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