Cuestión de suerte

Creer que las cosas que escapan de nuestro control dependen de la suerte no es solo parte de un pensamiento mágico, a veces es como si necesitáramos sentir que no todo tiene que ver que con nuestra capacidad de retener o de soltar, que hay líneas temporales más allá de las nuestras propias, que somos juguetes del destino, por citar a Shakespeare. Podemos darle muchos nombres, o ninguno. Pero la suerte no se recibe, más bien se teje a partir de cada acto, palabra o decisión que tomamos.

A pesar de este gusto por lo maravilloso y deslumbrante, la suerte solo nos llega cuando hay verdadero compromiso por abrir nuevos caminos, cuando aventuramos la vida sin guardarnos nada, cuando nos atrevemos a interpretar la realidad con creatividad. Suerte es otro nombre para definir el trabajo constante, porque la suerte solo sonríe a los audaces, una bonita manera de traducir la máxima de Virgilio, audentis Fortuna iuuat. No hay espacio para la arbitrariedad, no podemos confiarlo todo al azar, no vivimos una partida de dados, aunque en algunas ocasiones se nos presente más cómodo dejar de asumir responsabilidades y echar balones fuera.

Se nos requiere para una vida entregada. Una vida que no es solo cuestión de suerte, sino de fe, de dar pasos arriesgados, romper con costumbres y tradiciones que tranquilizan nuestra conciencia, en la misma medida que la alienan. Lao Tse en el Tao Te Ching da algunas claves interesantes: Un árbol del grosor del abrazo de un hombre nace de un minúsculo brote; una torre de seis pisos comienza con un montículo de tierra; un viaje de mil leguas comienza en donde están tus pies. Todo comienza con un solo paso, puede que tembloroso y lleno de dudas, pero pocas veces será un paso casual, a poco que nos fijemos descubriremos todo lo que su gesto representa, toda la fe que hay detrás de ese momento, toda la osadía que suma, la visión de futuro que acumula en este hoy en el que cree y desde el que construye.

De la tradición taoísta comenzada por Lao Tse, Anthony de Mello comparte en su libro Sadhana, un camino de oración una historia que despertó muy pronto en mí el gusto por pensar de forma transversal. Dejar la vida en manos de la suerte, como si nuestro trabajo personal no tuviera consecuencias, es arrojarse a una angustia que se va comiendo nuestra capacidad de ser felices con lo que en cada momento podemos llamar nuestro. Ante las circunstancias de la vida podemos elegir un camino de víctimas o dar un audaz paso al frente, de nuestra elección dependerán los resultados de nuestras empresas, y nuestra suerte.

Una historia china habla de un anciano labrador que tenía un viejo caballo para cultivar sus campos. Un día, el caballo escapó a las montañas. Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaban para condolerse con él, y lamentar su desgracia, el labrador les replicó: ¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién sabe? Una semana después, el caballo volvió de las montañas trayendo consigo una manada de caballos. Entonces los vecinos felicitaron al labrador por su buena suerte. Este les respondió: ¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?

Cuando el hijo del labrador intentó domar uno de aquellos caballos salvajes, cayó y se rompió una pierna. Todo el mundo consideró esto como una desgracia. No así el labrador, quien se limitó a decir: ¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién sabe? Una semana más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Cuando vieron al hijo del labrador con la pierna rota le dejaron tranquilo. ¿Había sido buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!

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