La legítima supervivencia

Los cambios forman parte de nuestra vida, aunque no siempre es sencillo acometerlos, menos aún aceptarlos e integrarlos en nuestros espacios bien construidos y forjados, de ahí que se conviertan en crisol de crecimiento o en pozo de desesperación. Las rupturas que acompañan a los cambios proponen una revisión de los principios que nos aportan seguridad, interceptan el deseo de la continuidad, de que todo pudiera seguir como hasta ahora, descolocan las ordenadas estanterías de nuestro pensamiento, proponen nuevas metas, nuevos caminos, nuevos encuentros, y ahí, a veces, nos perdemos entre las amarras sueltas y los sentidos distraídos.

Hay cambios que limitan, retrotraen a los puntos de partida. Son los que, indagando en los misterios de nuestras decisiones, impulsan transformaciones que nos asustan, nos requieren para una creatividad que haga nuevas las cosas. Reaccionamos desde una resistencia íntima, que busca evitar la ruptura con las rutinas en las que estamos instalados. La incertidumbre del cambio forma parte de todas nuestras opciones, es parte de su naturaleza, tememos sus consecuencias y añoramos sus pérdidas, incluso antes de sentirlas, porque cada cambio es una amputación de algo que hemos aprendido a amar con esfuerzo.

Pero también hay cambios que impulsan, inauguran nuevos periodos de la vida, abren posibilidades infinitas y reconcilian con las pérdidas. Son los cambios necesarios, no una mera adaptabilidad al entorno sino una legítima supervivencia, como los define Aristóteles. Cuando los vivimos sin la resignación de los límites encontramos en ellos la capacidad para interpretar el tiempo que los habita, pasado, presente y futuro, y también esa otra dimensión transversal, la intensidad de la presencia. No es fácil desprenderse de las anclas, siempre invitándonos a construir tiendas estables en las que vivir eternamente, pero cuando aprendemos a afrontar el desconcierto que todo cambio incorpora avanzamos en la comprensión realista de todo lo que nos acontece, agradecemos los anclajes que nos mantienen unidos a la realidad, al mismo tiempo que nos adentramos en una navegación para conocer otros matices de esa misma realidad.

La legítima supervivencia no conoce la resistencia al cambio, a pesar de que solamos confundir supervivencia con estabilidad. Es más bien un fortalecimiento de nuestra capacidad creadora que, sin renunciar a las experiencias vividas, pone en juego nuestras limitaciones y nuestras capacidades para acoger el don del encuentro, nombrar la realidad y compartir la vida. Esa legítima supervivencia se consolida en todas nuestras intemperies, viene a habitarlas, no a sustituirlas. Su espacio no es el de las miserias acumuladas por nuestro deambular de deseo en deseo, sino el de las relaciones con las que establecemos nuevos encuentros y nuevos dones.

Estos días, viendo las imágenes de la lava del volcán de La Palma engullendo a su paso casas, templos y carreteras, pensaba en el doble sentimiento que algo así provoca, la atracción ejercida por la fuerza de la naturaleza se enfrenta a la rabia por la pérdida. Al igual que la lava va transformando la morfología de la isla, los cambios nos invitan a dejar ir, con el dolor de la contradicción, a visibilizar la novedad que surgirá tras su paso. Puede que no suene políticamente correcto, pero contemplando hipnóticamente el avance sin obstáculo de la colada del volcán imaginaba lo que diría ese magma de poder hablar: yo ya estaba aquí, antes incluso que tu conciencia sobre mí, antes que todo aquello que te has afanado en construir, yo estaba por debajo de tus decisiones, de tus búsquedas, de tu soberbia cada vez que pensabas que ya lo tenías todo dominado.

Hay muchos cambios que parecen una novedad, cuando en realidad siempre han estado por debajo de todos mis empeños. Es inútil luchar contra ellos, su incandescencia es como la de la lava, arrasadora y transformadora. Me reclama una legítima supervivencia que active los volcanes dormidos de mi conciencia, que amplíe la geografía en la que vivir, sentir, amar cada cambio, legitimado por mi voluntad inequívoca de ser yo mismo, de sobrevivir, incluso a mí mismo.

Un comentario en “La legítima supervivencia

  1. “ Las rupturas que acompañan a los cambios proponen una revisión de los principios que nos aportan seguridad, interceptan el deseo de la continuidad, de que todo pudiera seguir como hasta ahora, descolocan las ordenadas estanterías de nuestro pensamiento, proponen nuevas metas, nuevos caminos, nuevos encuentros, y ahí, a veces, nos perdemos entre las amarras sueltas y los sentidos distraídos”.

    Aplico a mi situación actual este trocito de tu artículo q como siempre emerge, como la lava del volcán, de la sabia experiencia de lo vivido.

    “Hay muchos cambios que parecen una novedad, cuando en realidad siempre han estado por debajo de todos mis empeños. No puedo luchar contra ellos, su incandescencia es como la de la lava, arrasadora y transformadora. Me reclama una legítima supervivencia que active los volcanes dormidos de mi conciencia, que amplíe la geografía en la que vivir, sentir, amar cada cambio, legitimado por mi voluntad inequívoca de ser yo mismo, de sobrevivir, incluso a mí “

    Palabras bellamente entrelazadas q expresan mucha fuerza de vida, como la magnífica foto elegida.

    Gracias Pedro, sencillamente me encanta.

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