Este 28 de enero conmemoramos 343 años del rescate de la imagen de Jesús Nazareno, un acontecimiento que trasciende la acción redentora trinitaria. En la puerta de la muralla de Ceuta, aquel 28 de enero de 1682, tres frailes trinitarios cumplían un capítulo crucial de su misión redentora al recuperar quince esculturas, entre ellas la del Nazareno, y garantizar la liberación de 211 cautivos cristianos de Mequínez. No es solo una memoria de valor y sacrificio, sino también una invitación a reflexionar sobre el profundo significado de la redención como liberación integral, una praxis que los trinitarios hemos encarnado desde la fundación de la Orden a finales del siglo XII.
La idea de redención que impulsó a los trinitarios a lo largo de la historia va mucho más allá del simple rescate material. Liberar a los cautivos no solo significaba devolverles la libertad física, sino también restituirles la dignidad como personas creadas a imagen de Dios. En un mundo profundamente marcado por desigualdades y abusos de poder, redimir era un acto de fe activa, comprometida con el bienestar del prójimo, un reflejo vivo de la misericordia y del amor redentor de Cristo. El Nazareno Rescatado, con su mirada humilde, sus manos atadas y sus pies descalzos, se convirtió en un símbolo tangible de esta misión, reproducida en miles de imágenes en cualquier rincón del mundo. No es solo el Cristo que libera, sino también el que, desde su propia fragilidad, se identifica con todos aquellos que son rescatados de la miseria, la exclusión y el abandono.
El rescate del Nazareno no fue un hecho aislado. Forma parte de una praxis que da forma a la identidad redentora de los trinitarios. Desde sus inicios, la Orden se ha inspirado en el misterio trinitario para dar una respuesta concreta al sufrimiento humano. La redención no es una simple transacción, sino un acto transformador que exige empatía, sacrificio y confianza absoluta en Dios. Este concepto integral de liberación abarca cuerpo, mente y espíritu, convirtiéndose en una expresión viva del Evangelio y en un modelo de fe que no permanece estática, sino que actúa; que no se queda en la ética, sino que reintegra a la belleza integral del ser humano.
El episodio histórico nos recuerda, además, una visión profundamente inclusiva y relacional de la misión de la Iglesia. Los trinitarios no eran meros intermediarios, sino hermanos solidarios que reconocían la humanidad compartida más allá de las fronteras culturales, religiosas o políticas. Es necesario, además, recordar las tensiones y desafíos que les rodearon. Las negociaciones con el sultán Mulay Ismail y las intrigas del alcaide de Tetuán son ejemplos de lo compleja que era una misión redentora, pero también de que nunca se perdiera de vista el horizonte de restaurar la dignidad humana. Como tantas otras redenciones que se hicieron antes, como tantas otras que se harán después.
Este relato, que recordamos también gracias a tantas imágenes del Nazareno Rescatado que veneramos, vuelve a desafiarnos hoy personal y eclesialmente: ¿cómo podemos ser instrumentos de liberación en nuestras propias realidades? Ya no se trata solo de liberar cautivos en un sentido literal, sino también de romper las cadenas actuales de pobreza y exclusión, de trata de seres humanos y del sufrimiento de los migrantes, de explotación laboral, de falta de acceso a la educación o de pérdida de esperanza. La misión redentora nunca ha perdido vigencia ni urgencia.
Aunque las circunstancias históricas han cambiado, el mensaje permanece inalterado: nadie puede ser dejado atrás, todos somos dignos de ser rescatados. La figura del Nazareno Rescatado, revestida con el escapulario trinitario como símbolo de la liberación, nos recuerda que la fe no puede desligarse de la acción. Nos invita a redescubrir la fuerza transformadora de una fe que consuela pero también actúa; que se celebra pero también acompaña; una fe implicada en la existencia.
No podemos quedarnos, sin embargo, en una bonita memoria de una hazaña del pasado, debemos reconocer y acoger un modelo de espiritualidad que nos llama a mirar más allá de nuestras comodidades y a comprometernos con quienes todavía esperan ser liberados. Ya sea rescatando a quienes viven en las periferias, atendiendo las heridas emocionales y espirituales de los demás, o defendiendo la justicia en nuestros entornos.
En la situación actual de nuestro mundo, sería muy triste, me atrevo a decir que indecente, quedarnos únicamente en la veneración de una imagen. La devoción al Nazareno Rescatado debe ser más que contemplación; se nos espera en la acción, en la participación activa de la misión, en el testimonio de un amor que libera, de un perdón que sana y de una justicia que transforma. No hay mayor desafío que convertir la memoria en compromiso, nuestra acción redentora en dignidad restaurada, y nuestros símbolos en fuentes de esperanza todos.



