La celda cerrada

Carmen Guaita, gran amiga, tiene nuevo libro, una novela biográfica sobre Etty Hillesum, La celda cerrada. Hace unos días me invitó a presentarlo, y con el temblor aún en mi cuerpo por la inmensidad de aquel momento y de la maravillosa novela, comparto mis palabras e invito a leer este regalo maravilloso, que Carmen nos ha envuelto con cariño.

Esta novela, la última de momento de Carmen Guaita, es en sí misma un acto de resistencia, de aceptación, de confianza espiritual y también de identidad compartida. No es fácil recomendar la lectura de algo que haya escrito Carmen, todos sus libros la contienen a ella misma, pero hoy sé que no arriesgo, porque La celda cerrada es seguramente lo más intenso que ha escrito, es la misma Carmen quien se pone en la piel de Etty Hillesum, sube a su mismo tren, busca la belleza y la encuentra en todo, y de un modo muy íntimo y personal en la fealdad aparente de la realidad. 

Con todo esto, Carmen, nos lleva de la mano hacia el destino de Etty y de todos los compañeros que ha invitado a este momento transcendental. Al comienzo del viaje, Etty pregunta a Ania, una adolescente rusa que también va en ese tren, si viaja sola, a lo que Ania responde Viajo contigo. Así es como Carmen comienza a desgranar esos tres largos días, viajando con nosotros también. Parafraseando sus palabras: hace de la literatura su patria; ama el espacio de silencio interior, allí donde la narración encuentra sus raíces más profundas; ama la posibilidad de expresarse mediante palabras que nos muevan a emprender nuevas búsquedas; ama comprender el fondo íntimo de cada persona, sin quedarse a vivir en las apariencias; ama, en definitiva, encontrar el sentido más profundo de la vida, sin ahorrarnos el sufrimiento, porque de otro modo el futuro habrá descarrilado.

Carmen, Etty, se mueve de puntillas en medio de la amalgama de cuerpos y almas que habitan el vagón número 12, no se atreve siquiera a responder por nosotros, los lectores, más bien abraza el inmenso respeto por la vida, los encuentros, el diálogo, y se arrodilla ante los milagros que se abren paso en medio de tanta desorientación: Lila, que cede su trompetilla para que otros calmen su sed; Bettina, que amamanta al niño desnutrido de una madre que se ha quedado seca de maternidad; Samuel y Sara, que encuentran el amor en medio del infierno. En palabras prestadas de Carmen, de Etty, son pequeños suplementos de amor y de bondad, conquistados sobre nosotros mismos.

No es de extrañar, por tanto, que Carmen suba también a ese tren a Rilke, a Dostoievsky, a Bach…, amores vitales que la unen aún más a Etty Hillesum, espejos de belleza que humanizan cada una de las historias que transcurren en el interior de aquel vagón, historias que acaban y que comienzan, historias donde sus protagonistas se enamoran, se desvanecen, se sinceran, incluso se convierten. En el vagón número 12 a Auschwitz hay injusticias, envidias y gestos de profunda soberbia, pero también hay perdón, vida y generosidad, hesed que se personifica en la belleza, que nos reconcilia desde la confianza. Al contarlo, Carmen esquiva el famoso frontispicio del infierno de Dante: para ser mejores personas en un mundo mejor no podemos dejar atrás toda esperanza, sino más bien aceptar nuestro destino.

Etty sueña con ser escritora. Me atrevo a decir, con todo el respeto del mundo, que también Carmen lo sueña, aún. Ambas saben que solo rozan con su prosa y con sus versos esta realidad que nos abruma. Ambas saben que sus palabras no mejoran tanto el mundo como sus manos comprometidas. Ambas saben que es el silencio el que verdaderamente nos interroga sobre la vida compartida. Para resumir este sueño compartido por Etty y Carmen, me ronda la memoria una cita de Ray Bradbury; en su novela En algún lugar toca una banda, alguien reconoce al protagonista como escritor, y se da este breve y bello diálogo: ¿Por qué ha sabido que era escrito?, a lo que responde, Porque su lengua mejora las palabras al salir

Así es “La celda cerrada”, cada imagen, cada diálogo, cada reflexión, mejora las palabras que salen de estas dos maravillosas escritoras, que siguen soñando con serlo. Porque la celda cerrada es el vagón número 12 que se dirige a Auschwitz, pero es también la oración que contiene a Etty Hillesum por entero, y es la verdad de las decisiones tomadas en el mar de las incertidumbres existenciales, y es el amor y el perdón y la misericordia. Es todo lo que se niega a descarrilar en nuestras vidas y en nuestras esperanzas. Etty, Carmen, lo expresan mucho mejor que yo, en una oración desde su celda cerrada: Dios mío, tú , que me has dado tanto, permíteme dar también a manos llenas… me siento muy resguardada en ti, Dios mío. Vivo dentro de ti. Eso lo abarca todo, y convierte lo demás en innecesario.

No sabemos nada de lo que pasó en aquel viaje, como si la corta pero intensa vida de Etty Hillesum se acabara cuando subió al tren en el campo de tránsito de Westerbork. Y, sin embargo, Carmen es fiel a la historia y a la esencia de Etty, consigue proyectar con gran belleza y a partir de sus diarios, escritos con anterioridad, lo que pudo ocurrir en el vagón 12 a Auschwitz. Y pienso: si alguien solo tuviera mi yo presente y desde él contar mi yo futuro, ¿qué podría decir de mí? De todo aquello que vivo y en lo que me comprometo ahora, ¿podría conocerse quién sería yo en una condición extrema como la de Etty? Sea lo que sea, si alguien tuviera que contarlo, quiero que sea Carmen Guaita.

La ventana

He recibido un honor inesperado. Carmen Guaita me pidió que participara en la presentación de su nueva novela, La ventana, publicada por Ediciones Khaf. El post de esta semana se lo dedico a Carmen y a su genialidad. Este es el texto de mi presentación, espero que os anime a leer la novela y disfrutarla, un gran homenaje a los maestros y educadores que abren cada día su ventana para construir un mundo mejor.

Bajo la apariencia de un relato distópico, Carmen nos regala un espacio de trascendencia. Tras cada palabra escrita, en el eco de los diálogos y las reflexiones íntimas, ha escondido la mítica resistencia de los que buscan hacer de este mundo un lugar mejor, frente a quienes prefieren vivir en los refugios y las burbujas de un humanismo decadente y de indiferencia. La novela nos permite acompañar a Timandra, rebautizada por el sistema como Venecia, en su particular conversión y metamorfosis; no en vano cuando acepta el encargo para ser maestra de Alcibíades, el abuelo Dimas la presenta como “la humanizadora”. Así he conocido a Carmen, una maestra humanizadora que ha hecho de este precioso título el hilo conductor de su propia vida, y sigue asumiendo la misión de humanizar enseñándonos cómo funcionan los mandos de nuestra vida. Desde esta peculiar visión accedemos a la novela como obra de madurez, ventana abierta a la sabiduría rescatada por Carmen a lo largo de sus muchas vidas, como maestra cercana, como filósofa que se asombra, como creyente que se conmueve y actúa con los más vulnerables. 

Mediante su nueva novela, Carmen rescata prodigiosamente todas estas vidas. En palabras de Dimas, cuando “rescató” a Sergio, “según cómo lo hagas, penetrar en otras vidas se llama medicina, se llama educación o se llama teatro”, y en esas vidas penetradas nos revela los espacios de sentido que trascienden toda la acción. No es casualidad que la paraskenia de la novela se adorne con ecos de la Grecia antigua, porque fueron los griegos quienes entendieron la medicina como cura del cuerpo y la educación como cura del alma. Sergio y Timandra, el médico y la maestra, asisten con asombro pero sin resignación a su sustitución por la inteligencia artificial, se resisten de un modo íntimo y cotidiano, y lo hacen para curar cuidando y cuidar curando.

En esta resistencia, Sergio monta viejas tragedias con las que inyecta a los dosletras el amor por una vida plena de sentido; “La tragedia denuncia la desmesura de los hombres”, dijo Aristóteles, Sergio y los desahuciados de su compañía de teatro llevan hasta el límite mediante la tragedia las consecuencias de esta desmesura, la hybris griega, reconduciendo a los hombres a la humildad ante lo absoluto. Por su parte, Timandra disfruta cuando corta a mano la fruta y mordisquea un bizcocho desafiando a las máquinas que ocultan su deshumanización con la promesa de hacernos más fácil la vida, porque para Timandra “educar es abrir las ventanas del alma a lo humano”, a todo lo que nos es propio. Médico y maestra representan la resistencia frente a la indiferencia y los automatismos, reivindicando una humanidad habitada por sabios, versos sueltos que no destierran el error y el fracaso sino que lo integran plenamente en su comprensión de la cotidianidad. La maestra y el médico se convierten en el que con sola su presencia enseñan y ayudan, curan el cuerpo y el alma.

Es la cultura la que queda encerrada en este mundo distópico que nos abre La ventana. Desde el momento en que la inteligencia artificial y la élite recuperan el latín como herramienta de unificación cultural, se descuida el sentido y la utilidad de la lengua como espacio de comunicación. Sin cultura y arte, comedia o tragedia, la lengua se queda sin vida, porque son las palabras que pronunciamos y su alcance de significado lo que nos redime, lo que educa nuestra alma, lo que da calor de hogar a los espacios que se nombran, aún sin conocerlos.

Mediante esa lengua de los símbolos y la vida incorporamos el poder transformador de las posibilidades, como cuando Alcibíades visita la casa de Marta Mariotto y le abren las puertas de la biblioteca, mi escena favorita de la novela. El asombro del niño ante ese impresionante espacio lleno de libros prohibidos es el mismo que podemos sentir cuando nos encontramos ante la belleza inédita. El pequeño Alcibíades había aprendido a amar y a acariciar cada libro que su abuelo Dimas y su ahora maestra Timandra pusieron en sus manos, contemplar esa biblioteca se convierte para él en estímulo para salvar el futuro, para preservar la cultura y la educación. La biblioteca de Marta Mariotto es un espacio de resistencia, cada libro una ventana, cada lector potencial una oportunidad de cambio, porque al igual que la antigua biblioteca del templo de Amón en Tebas, a esta también podríamos llamarla “Lugar de cuidado del alma”.

Suele decir Carmen que nos hemos conocido sin saberlo desde hace mucho tiempo, en las conversaciones que la amistad nos ha regalado hemos compartido con asombro la pasión por la vida a la intemperie, acceso del alma. Será porque ella es una gaditana que ha descubierto el amor por la inmensidad de La Mancha, y yo un manchego transido por la intensidad de Andalucía. Como Timandra, también Carmen se ha acostumbrado de tal modo a la intemperie que ahora siente claustrofobia en los refugios. Esta ventana nos comunica con la intemperie porque, hago mías las palabras de Marta Mariotto, las palabras de Carmen, “donde hay humanidad hay oración y arte, así que mientras nos necesiten como siervos, deberán tolerar nuestra trascendencia”.

Gracias, Carmen.

Memoria emocional

Hace unos meses tuve la suerte de conocer y compartir proyecto con Carmen Guaita, es de esas presencias que transforman miradas, cambian perspectivas, aportan serenidad. Ambos somos buenos conversadores, en las ocasiones en que hemos coincidido no nos ha faltado algo de qué hablar, sobre todo porque ella es una andaluza apasionada por La Mancha y yo un manchego apasionado por Andalucía, casi nada.

En nuestro segundo encuentro me regaló su última novela, Todo se olvida (Khaf, 2019), y este es el motivo por el que hoy escribo. No voy a hacer una reseña ni una crítica de la novela, que vale por sí misma todo cuanto pueda escribirse sobre ella. El tema de fondo es el vacío que deja el olvido que arrecia de pronto, disfrazado de Alzheimer, levantando muros inquebrantables, destilando silencios. La novela de Carmen es una pequeña maravilla, escrita con la delicadeza de quien sabe sobradamente de la vida que comparte, esa vida que se hace de retazos y recuerdos, no de quien la ha vivido sino de quien la ha rozado. Hay que leerla.

Personalmente, acompañar los no-recuerdos de Criptana Senzi, la protagonista silenciosa, me ha llevado a revivir los espacios compartidos con dos hermanos de comunidad enfermos de Alzheimer, uno aún con nosotros, Benjamín, el otro murió en septiembre, Emiliano.

Un buen amigo, que sabe de estas cosas, y a quien pedí consejo y ayuda al comenzar a convivir con un enfermo de Alzheimer, me explicó lo mejor que pudo que esta enfermedad no es una riada que arrasa con todos los recuerdos, porque, misteriosamente, no puede llevarse la memoria emocional. A pesar de la crudeza con la que iba descubriendo los grandes silencios que se abrían con mis hermanos, y sus desvaríos explicativos, sus cada vez más frecuentes pérdidas de paciencia y enfados, sus medias sonrisas al no saber qué hacer o responder ante lo que ocurría a su alrededor, a pesar de todo eso la revelación de mi amigo me sonó tremendamente poética, una flor colorida en el gris desierto de todo lo perdido.

Conservar la memoria emocional es la pervivencia de todo lo amado, lo sentido y lo vivido. Olvidaré las caras, será lo más difícil de aceptar, y las letras aprendidas y leídas en mil libros, y los números mal sumados desde niño, y los nombres de las cosas, y de las personas que amo, y de los sentimientos que me abrigan, olvidaré todo cuanto me ha hecho ser, los esfuerzos y los fracasos, olvidaré incluso mi nombre y mi rostro, pero ahora sé que nunca olvidaré la esencia misma del amor que sentí por todas esas caras y libros y nombres. Lo sé porque he podido ver con asombro cómo brillan los ojos de un hermano con una canción que canta a pleno pulmón, sin olvidar una sola palabra de su letra, he visto cómo esos mismos ojos se cierran y recitan salmos y oraciones que brotan de una fe amasada y sembrada cada día de su vida, he visto cómo de esos ojos, nunca más que ahora espejos del alma, asoman lágrimas cuando escucha el nombre de su madre y lo repite paladeando cada sílaba.

Recuerdos que viven en los pliegues existenciales, que afloran cuando escampa la tormenta vital del desconcierto, que habitan los claros de ese bosque siniestro en que se ha convertido la vida. Esa memoria emocional es el único flotador al que podemos abrazarnos quienes asistimos al final inesperado de una función que solo trae silencios callados. No hay olvido, ni pasado, que supere el emocionado recuerdo del alma que ha sentido y amado intensamente. “Quererse y vivirse es lo mismo”, qué bien lo sabes tú, Carmen. Es por eso que necesito rescatar de mis pliegues personales todo aquello que quiero y vivo, necesito aferrarme al amor, sí, al amor, no a ese cariño sucedáneo que nos imponen como tolerable, amar valientemente es lo único que me salvará, también quererme y vivirme, y no quedarme en las formas, ni en los nombres, no acampar en los triunfos ni callarme en las derrotas, porque ahora sé, lo sé, que cuando lo olvide todo, incluso a ti, nunca olvidaré por qué he amado, por qué te he amado.