Juan Bautista de la Concepción (1561-1613)

ReformadorEn los próximos días conmemoramos 420 años de un acontecimiento que cambió el rumbo de la vida de Juan Bautista de la Concepción. A mediados de febrero de 1596, en medio de un mar de dudas, de opiniones y sentimientos encontrados, Juan Bautista se va a ver a su madre a Almodovar del Campo. Unos días antes, el 28 de enero, predicando en Sevilla sobre la inspiración de la Orden a san Juan de Mata, comenzó a sentir el cosquilleo interior de quien sabe que el camino más difícil a elegir es el que te va a salvar, pero también el que te va a complicar la vida.

Y aquel fraile inquieto es capaz de dejar atrás su buena reputación como predicador de campanillas y salir a buscar a una intemperie poco dada a revelaciones fáciles. En el camino visita a sus «dos madres», primero pasa por la Virgen de la Cabeza, la madre del cielo, después por Almodóvar, con Doña Isabel, la madre que le parió, y con la que se queda unos días de febrero de aquel año de 1596.

 

Cuenta él mismo que, al pasar por Andújar, una monja trinitaria le pedía insistentemente que renunciara a esos proyectos que no le iban a traer más que problemas y calentamientos de cabeza, como así fue: «Mil vidas diera porque su paternidad se quedara con nosotras». Todas estas cosas estarían en las dos conversaciones que Juan Bautista de la Concepción tuvo con sus madres, la del Cabezo y la de Almodovar, y ahora soy yo el que daría mil vidas por escuchar aquellas conversaciones, contemplar aquellas miradas, desentrañar los misterios que llevaron a Juan Bautista a seguir por el camino más difícil de su vida, del que no volvió a echar un pie atrás.

Cuando llegó a Valdepeñas, la primera noche que pasó en aquella casa que pretendía ser reformada, el 26 de febrero, tuvo un sueño:

Pues, mal acostado entre mis costales de cebada, trastos y cestos que allí había, dormido o como Dios sabe, vime en tierra de bárbaros, donde me sacaban a ajusticiar. Y que, llegado al puesto, me tenían una cruz aparejada en quien, así levantada como estaba, me subieron a crucificar; y que, detrás de mi cruz, estaba la de Cristo con el mismo Cristo crucificado en ella, salvo que lo alto de mi cruz no llegaba más de hasta los pechos de Cristo, de suerte que la inclinación de la cabeza de Cristo caía a un lado sobre la mía, como si llegara su boca a mi oreja. Enpezaron a enclavarme los pies y pasó el clavo hasta meterse en los muslos de Cristo, que así estaba pegado; y lo propio una mano. Del consuelo que tenía por estar allí Cristo, no sentía el entrar los clavos por la carne, pero, al tiempo que llegó la punta a aquellas sus sanctas carnes, fue tan grande el gozo que por mí se derramó que me parecía, no que me sacaban de mí, sino que me daban fuerzas para sentir gozo sobre mis fuerzas. (Juan Bta. de la Concepción, Memoria de los orígenes de la descalcez trinitaria, cap. 6)

Juan Bautista de la Concepción no eligió el camino fácil, hasta los sueños le agobiaban y le hacían sentir que las complicaciones iban a ser su pan de cada día. Pero supo encontrar con quién hablarlo, más que consuelos y seguridades buscó apoyos, y solo los encontró en las madres que le dieron la vida y le llevaron a la fe. Y al final de su vida, cuando moría en Córdoba, enfermo y maltratado hasta por sus mismos hermanos religiosos, acabó de sentir que los clavos que atravesaban sus manos llegaban hasta Cristo, que siempre estuvo tras sus pasos y decisiones, y entonces, solo entonces, recibió las fuerzas para sentir gozo sobre mis fuerzas.

3 comentarios en “Juan Bautista de la Concepción (1561-1613)

  1. Como siempre genial. Agradezco mucho esta humanidad en lo escrito. Este hombre no se apoyó en magias si no en personas y en su intuición y desde ahí un proceso de vida que le lleva a sentirse en su misión al final del camino. Este hombre será un santo, su secuencia de vida sin suda es paralela a la de el que sigue.

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