Dejarse aconsejar

Hace unos días, me encontré casualmente con una cita del libro de los Proverbios: Con los que se dejan aconsejar está la sabiduría (Prov 13,10). Esta frase me atrapó en su sencillez, una mezcla de advertencia y recomendación que me ha hecho reflexionar.

La idea de dejarse aconsejar parece tarea fácil, simplemente aceptar la orientación que proviene de otros, evitando el esfuerzo de pensar en todo por nosotros mismos, librarnos del problema de la autorreferencialidad y eliminar la carga de la responsabilidad. Sin embargo, sabemos que en la práctica esto no suele ser tan fácil. Construimos nuestra propia perspectiva ante la vida, las dificultades y las interacciones con los demás. A menudo pensamos que sabemos lo que nos conviene mejor que nadie, y aunque buscamos consejo, en muchos casos ya hemos decidido de antemano, confiando más en nuestra propia opinión que en la ajena, por muy valiosa que pueda ser.

Es cierto que también hay quienes ofrecen consejo sin ser solicitado. Personas que caminan por la vida repartiendo opiniones a diestra y siniestra, sin pensar demasiado si se ajustan a la situación. A veces, parecen asumir una superioridad moral o sabiduría que los coloca por encima de los demás, sin considerar la posibilidad de que, en ocasiones, deberían aplicarse a sí mismos el consejo que ofrecen a otros. Con estos compañeros de camino pasa aquello que nos recuerda el refranero: Consejos vendo, que para mí no tengo.

Se dice que este refrán se originó a partir de la observación de una costumbre del alcaraván, un ave que permanece quieta mientras emite gritos agudos para alertar a los demás sobre la presencia de un cazador o un ave de rapiña, pero sus propios gritos la convierten en presa fácil y vulnerable. El psicólogo Igor Grossman denomina a este comportamiento la Paradoja del rey Salomón, haciendo referencia a las contradicciones del hijo de David, conocido por su sabiduría pero que cayó en grandes incongruencias en su vida personal. Grossman sugiere que Salomón hubiera tomado decisiones más acertadas si se hubiera imaginado a sí mismo buscando consejo de otro rey sabio.

Sin embargo, algo sí debió aprender el rey sabio, a quien se atribuye el libro de los Proverbios y, por tanto, el texto con el que hemos comenzado. La verdadera sabiduría no radica en saber qué hacer en cada momento o cómo manejarnos en la vida, sino en la capacidad de aceptar opiniones y consejos externos. La verdadera sabiduría se revela al permitirnos recibir, e incluso amar, lo que otros ven desde sus perspectivas en nuestra vida y nuestras experiencias.

Este es el consejo de Salomón, puede que ni siquiera él mismo supiera manejarlo, prueba de que es un ejercicio complejo de sabiduría. No es solo una cuestión de modestia o humildad, sino la convicción de que caminamos junto a otros. Un caminar que nos permite reconocer nuestra vulnerabilidad, nuestra necesidad del otro y de su consejo, no como debilidad o adorno, sino como posibilidad y enriquecimiento personal.

Sin vergüenza… y sin miedo

Cada año por estas fechas nos ponemos melancólicos, pastelosos incluso, sin reparos para que nuestra sensibilidad modere tantos caminos torcidos y esperanzas perdidas. Tapamos, avergonzados, las grietas que la vida ha ido abriendo y disimulamos nuestras carencias a base de escribir compulsivamente obviedades, felicitar a quien el resto del año tenemos olvidado, ponernos la máscara del «por un día no pasa nada», beber los tragos que después podremos vomitar.

Lo hacemos porque es lo que todos aceptamos, en parte incluso lo esperamos, ¿quién se atreve a mostrar sus vergüenzas personales?, ¿quién reconoce que no da para más, que estas son las cartas que le ha tocado jugar, pero es feliz así? Vivimos un permanente escarceo de la verdad porque tenemos miedo a todo lo que la verdad oculta.

Y es justamente ahí donde, nuevamente, Dios se presenta para descolocarnos, hacernos parte de un loco proyecto de salvación que remueve los cimientos de todo lo que creíamos saber, que coloca boca abajo las verdades construidas con mentiras repetidas, que comienza desde abajo y desde dentro lo que solo sabemos hacer desde el tejado y el maquillaje de la realidad. Una vida a la intemperie, sin vergüenza ni pudor ante todo lo bueno que podemos dar, y que tantos esperan de nosotros. Por muy pequeños que nos consideremos, solo esos detalles cambian el mundo, porque antes ya nos han cambiado a nosotros mismos.

Esperar algo nuevo implica confianza, sorpresa, cambio, pañales y pesebres que acogen, en su sencillez, signos de salvación. Estos día, este año, todo lo que estrenamos nos prepara para no tener miedo a caminar con la cabeza bien alta y no avergonzarnos de lo que la vida, y la fe, nos regalan. Feliz si lo entiendes así. Feliz Navidad, sin vergüenza… y sin miedo.