Gracias por vivir a la intemperie

Ha llegado el momento de tomarse un pequeño descanso, como cada año, para volver con fuerza en septiembre. Pero antes es necesario dar gracias. En primer lugar, a quienes habéis leído cada semana estas intuiciones, haciéndolas vuestras y dejando que dieran a luz nuevos pensamientos de resistencia. Mi único propósito ha sido compartir mis reflexiones para que puedan favorecer espacios de reflexión personal. Vuestra interacción y reflexión han sido la llama que cada semana me ha animado a pensar, escribir y compartir.

Buscamos tantas experiencias que nos llenen de sentido, que olvidamos pensar por nosotros mismos. En una sociedad tan saturada de estímulos y distracciones, la búsqueda de sentido a menudo se convierte en una competición para tener más experiencias externas que otros, satisfacciones más duraderas y promesas de eternidad. Es ahí donde la resistencia se hace más necesaria. No es una lucha contra un enemigo externo ni un ejercicio de supervivencia extrema, sino un acto de introspección y autodescubrimiento que nos invita a habitar el vacío y la nada, no como estados de carencia, sino como terrenos fértiles para la autenticidad y la verdadera existencia.

Llamé a este blog Vivir a la intemperie por el convencimiento de que es en la intemperie donde podemos practicar esa resistencia que nos remita a la existencia. La intemperie puede ser una experiencia de soledad, pero también de identidad. Vivir a la intemperie simboliza un retorno a lo esencial, una confrontación con la propia vulnerabilidad sin los adornos que tantas veces utilizamos para maquillar la incertidumbre. En este espacio de desnudez existencial, la identidad no se construye con las certezas impuestas por el exterior, sino que se revela a través de la aceptación de nuestra fragilidad y la honestidad con nosotros mismos. Es en la intemperie donde podemos resistir la tentación de conformarnos con identidades prefabricadas y, en cambio, forjar una existencia basada en nuestra verdad interior.

La vulnerabilidad es la esencia de nuestra humanidad y la clave para una vida con sentido. En lugar de esconderla, debemos abrazarla como el verdadero tesoro que es: nuestra propia condición de seres vulnerables, pequeños, necesitados. Dice Josep Maria Esquirol en su libro La penúltima bondad: “Toda revolución empieza por comprender. Por comprendernos a nosotros mismos; por comprender nuestro mundo, nuestras afueras, nuestra condición. Por comprender, sobre todo, la solidaridad de la intemperie. Por comprender que lo que nos junta es la desnudez de las afueras —la intemperie”. La solidaridad en la intemperie nos une, no en la fortaleza simulada, sino en la aceptación de nuestra común fragilidad y en la mutualidad de nuestras experiencias humanas.

No pretendo llenar una vasija, sino encender un fuego, usando las inspiradoras palabras de Montaigne. Nuestras mentes no son simples contenedores vacíos que debamos llenar de ideas ajenas. La intemperie que habitamos necesita más fuegos de pensamiento crítico que ideas prestadas de libros de autoayuda. Ese sigue siendo mi camino: promover una resistencia que me permita vivir, y no simplemente sobrevivir, en la intemperie de mi existencia.

El orden de los factores

Desde niños hemos aprendido que el orden de los factores no altera el producto. Cuando maduramos nos damos cuenta de que no siempre es así, y hay ciertos modos de ordenar las cosas que cambian por completo el sentido y la relevancia que tienen para nosotros. Me ronda desde hace unos días uno de esos cambios de orden que alteran profundamente el producto. Del sabes lo que necesito al sabes que lo necesito. El orden de solo dos pequeñas palabras traslada la fuerza y la responsabilidad de la frase, y nos da una pista imprescindible para aquello tan necesario como huidizo que es la aceptación.

Sabes que lo necesito. Lo que parece un inocente cambio de orden trastoca todo el sentido de la oración. El foco de atención ya no está en el otro sino en uno mismo. De la necesidad se pasa al deseo, y no se tiene reparo alguno en mostrarlo y exigirlo, reclamando que el otro no solo lo conozca sino que responda a mi deseo en el tiempo y el modo que yo quiero, que creo necesitar. La súplica evita el encuentro, ya no importa tanto lo que el otro sabe de mi necesidad, solo es importante que conozca mi deseo, mi carencia no integrada, aquello que me convierte en indigente de una atención que se desvía del ser para hacer hogar en los diferentes modos de estar. La necesidad surge de la carencia, pero no siempre se integra en emoción, como afirmaba Maslow, a veces la respuesta a la necesidad se trastoca en deseo, solución urgente e inmediata a la carencia, sin la reflexión de la conciencia. Platón lo describe con maestría en su diálogo El banquete, cuando Sócrates hace ver a Agatón que el deseo nace de la necesidad cuando no se tiene lo que se desea, y es así como nos volvemos profundamente infelices.

Sabes lo que necesito, salmo 139. Nos abre a un espacio de confianza y de respeto. En el encuentro con el otro, y con Dios, hay una sabiduría intrínseca al mismo que es fundamento y sentido de su crecimiento y oportunidad. El deseo da paso a la necesidad, las palabras al conocimiento, no hace falta rebuscar expresiones que condicionen el diálogo del encuentro, a la presencia empoderada en el amor le basta con saberse, estar ahí, reconocerse. Y esa guía del corazón aprende a integrar mis necesidades y las del otro, a ver mis carencias y las del otro, sin trampa ni cartón. No ha llegado la palabra a mi boca, y ya te la sabes toda. Sondeo de los sentimientos que nos sitúa en un espacio sin condiciones, en el que no impongo mis necesidades, tan solo las reconozco y las respeto, incluso si el encuentro contigo no las cubre, sobre todo si ese encuentro no las abriga, porque sabes darme lo que necesito.