En su nombre

La semana pasada celebramos el mayor encuentro de escuela católica de Europa, el XVII Congreso organizado por Escuelas Católicas, que reunió a dos mil educadores. Personas entregadas, motivadas, siempre en búsqueda, con todos los sentidos puestos en la misión educativa. El lema del Congreso, Ser. Estar. Educar… con nombre propio, ha sido una sugerente invitación para explorar la esencia de la educación como un acto profundamente humano y transformador. La escuela es, ante todo, un espacio de encuentro, donde se cultiva el ser, se fortalece el estar y se hace vida la misión de educar.

Educar para el ser es educar desde la identidad y la diversidad, reconociendo que el ser humano es inseparable de su dimensión relacional. A lo largo de la historia, el pensamiento humano ha buscado desentrañar lo que significa “ser”: Sartre, Heidegger, Descartes y Parménides, entre otros, reflexionaron sobre ello desde perspectivas como la angustia, el tiempo y la existencia misma. Sin embargo, el pensamiento cristiano nos ofrece un enfoque único: el ser se descubre en la relación con el otro, en el encuentro y la aceptación de la diferencia y la vulnerabilidad. Somos porque reconocemos y nos reconocemos en el ser del otro. Este vínculo, más que una simple conexión, enriquece los encuentros y les da sentido. En nuestra labor educativa acogemos a cada persona como única y valiosa, con nombre propio, promoviendo un espacio donde cada uno pueda descubrir y afianzar su identidad en diálogo.

Estar, por su parte, nos conecta con la presencia activa, con la praxis. Estar en el mundo implica compromiso y acción. Así, la escuela se convierte en casa, en lugar al que volver para habitar y construir juntos, un espacio de encuentro que acoge y da forma a las relaciones y los aprendizajes. Estar o no estar marca una diferencia fundamental, y como educadores, estamos para ser ese soporte firme que facilita el crecimiento e impulsa la vida en todas sus dimensiones, más allá de los errores y las apariencias.

Somos y estamos porque educamos, y educamos para seguir siendo y estando. Educar es nuestra misión y vocación, y no lo hacemos por motivos comerciales, ni siquiera como mera estrategia. Educamos porque entendemos así nuestro modo de ser Iglesia de Jesucristo, como misión transformadora, como testimonio de la Buena Noticia en medio del mundo. 

La presencia de la escuela de ideario cristiano no puede limitarse a una función de garante de la escolarización, ni verse como una oferta subsidiaria sujeta a cambios políticos o sociales. Promueve la necesaria y rica pluralidad del sistema educativo, sustentada en el derecho de cada familia a elegir el modelo de educación que refleje sus valores y respete su diversidad. Educamos, pues, con nombre propio, dando visibilidad a cuantos construyen misión y promueven conversión a través de esta bella tarea. 

Ser, estar y educar son los pilares de nuestra misión. Los abordamos con la certeza de que solo poniendo a la persona en el centro -con su identidad, su presencia y su valor-, como nos invita el papa Francisco a través del Pacto Educativo Global, podemos dar significado y perspectiva a estos verbos. Este Congreso no solo ha celebrado nuestra labor, sino que ha renovado nuestro compromiso de poner nombre propio a todo lo que somos y hacemos, como grano de trigo que germina para la vida del mundo. Porque los infinitivos por sí solos no nos definen: conjugamos cada verbo junto a sus atributos, los complementos que les aportan contexto, los sujetos que les dan sentido, y sobre todo, la voluntad de trascender las palabras y no enredarnos en las preposiciones. Hacerlo todo con nombre propio pero no en nombre propio, sino en el de Aquel que nos dijo, y nos sigue diciendo: Id y enseñad.

La poética de la educación

Cuando el poeta Saint-John Perse leyó su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura resaltó el valor de la poesía, espacio para resistir ante la intolerancia y educar en el asombro, porque poeta es aquel que rompe para nosotros la costumbre. Perse llama así la atención sobre la dimensión poética de la educación, nos invita a alejarnos de los espacios comunes de la existencia para hacernos ciudadanos de la armonía.

El tiempo del desafecto por los procesos concibe la ciega confianza en los programas, poblados de reiteración de ideas y éxitos del pasado, más como respuesta a la necesidad de cumplir expectativas e indicadores que como interpretación del momento presente. Se ha establecido una dictadura pedagogicista que se acomoda y diseña desde la prudente distancia, desde la búsqueda de seguridades, pero evitando las crisis debidas a la frustración, afianzándose en valores eternos e inmutables.

Educar, sin embargo, tiene más de proceso de encarnación, identificación con la realidad que educa, tanto de los alumnos como de la sociedad. El entorno educativo debe impregnar de tal modo los espacios pedagógicos y pastorales, que nada les sea ajeno. Pero suele ocurrir que tanto el sistema como los modelos de aprendizaje quedan atrapados constantemente en la red de la costumbre y la repetición. En no pocas ocasiones sentimos que la educación tiene más que ver con una lección histórica, un recordar y transmitir sabencias pasadas, que con un proyecto de futuro que cambie la inercia de las programaciones y humanice los tránsitos vitales. No siempre la historia es maestra de la vida, a veces la polariza, enquista su dinámica evolutiva y anestesia nuestra capacidad de transformación.

Educar tiene, por tanto, mucho que ver con acompañar en el presente, a aquel que no hace costumbre la mera vecindad, que no se confía en los conocimientos adquiridos por contacto, o por inercia histórica, sino que pone bases de aceptación para acoger y cuidar al otro, convertido así en espacio de referencia fundamental. Es entonces cuando la educación necesita la poesía del otro como hogar originario, en definición del filósofo checo Jan Patočka, porque su existencia complementa los saberes transmitidos y los actualiza a un horizonte de sentido.

En esos intersticios, en los que la educación danza con la vida real, es donde se impone la necesidad de la creatividad, la ruptura de la costumbre, sin enigmas ni trampantojos que perpetúen tradiciones bienintencionadas. Educadores creativos, portadores de novedad, intérpretes de la realidad y del mundo, no meros imitadores, ni vendedores de seguridad. La creatividad se nos muestra como la capacidad fundante para completar los fragmentos rotos de la realidad, es la poética de la vida. Y la labor educativa, una vez liberada de la tentación del eternalismo, es capaz de descubrir esos espacios entre los fragmentos rotos necesitados de acompañamiento, para habitarlos de asombro, que no es sino el comienzo de la sabiduría y el conocimiento. La verdadera innovación educativa está llamada a romper la inercia de la costumbre, a evitar los paradigmas fractales, a ahuyentar los arraigos. Solo así alcanzaremos a comprender que educar es una tarea poética.

La ventana

He recibido un honor inesperado. Carmen Guaita me pidió que participara en la presentación de su nueva novela, La ventana, publicada por Ediciones Khaf. El post de esta semana se lo dedico a Carmen y a su genialidad. Este es el texto de mi presentación, espero que os anime a leer la novela y disfrutarla, un gran homenaje a los maestros y educadores que abren cada día su ventana para construir un mundo mejor.

Bajo la apariencia de un relato distópico, Carmen nos regala un espacio de trascendencia. Tras cada palabra escrita, en el eco de los diálogos y las reflexiones íntimas, ha escondido la mítica resistencia de los que buscan hacer de este mundo un lugar mejor, frente a quienes prefieren vivir en los refugios y las burbujas de un humanismo decadente y de indiferencia. La novela nos permite acompañar a Timandra, rebautizada por el sistema como Venecia, en su particular conversión y metamorfosis; no en vano cuando acepta el encargo para ser maestra de Alcibíades, el abuelo Dimas la presenta como “la humanizadora”. Así he conocido a Carmen, una maestra humanizadora que ha hecho de este precioso título el hilo conductor de su propia vida, y sigue asumiendo la misión de humanizar enseñándonos cómo funcionan los mandos de nuestra vida. Desde esta peculiar visión accedemos a la novela como obra de madurez, ventana abierta a la sabiduría rescatada por Carmen a lo largo de sus muchas vidas, como maestra cercana, como filósofa que se asombra, como creyente que se conmueve y actúa con los más vulnerables. 

Mediante su nueva novela, Carmen rescata prodigiosamente todas estas vidas. En palabras de Dimas, cuando “rescató” a Sergio, “según cómo lo hagas, penetrar en otras vidas se llama medicina, se llama educación o se llama teatro”, y en esas vidas penetradas nos revela los espacios de sentido que trascienden toda la acción. No es casualidad que la paraskenia de la novela se adorne con ecos de la Grecia antigua, porque fueron los griegos quienes entendieron la medicina como cura del cuerpo y la educación como cura del alma. Sergio y Timandra, el médico y la maestra, asisten con asombro pero sin resignación a su sustitución por la inteligencia artificial, se resisten de un modo íntimo y cotidiano, y lo hacen para curar cuidando y cuidar curando.

En esta resistencia, Sergio monta viejas tragedias con las que inyecta a los dosletras el amor por una vida plena de sentido; “La tragedia denuncia la desmesura de los hombres”, dijo Aristóteles, Sergio y los desahuciados de su compañía de teatro llevan hasta el límite mediante la tragedia las consecuencias de esta desmesura, la hybris griega, reconduciendo a los hombres a la humildad ante lo absoluto. Por su parte, Timandra disfruta cuando corta a mano la fruta y mordisquea un bizcocho desafiando a las máquinas que ocultan su deshumanización con la promesa de hacernos más fácil la vida, porque para Timandra “educar es abrir las ventanas del alma a lo humano”, a todo lo que nos es propio. Médico y maestra representan la resistencia frente a la indiferencia y los automatismos, reivindicando una humanidad habitada por sabios, versos sueltos que no destierran el error y el fracaso sino que lo integran plenamente en su comprensión de la cotidianidad. La maestra y el médico se convierten en el que con sola su presencia enseñan y ayudan, curan el cuerpo y el alma.

Es la cultura la que queda encerrada en este mundo distópico que nos abre La ventana. Desde el momento en que la inteligencia artificial y la élite recuperan el latín como herramienta de unificación cultural, se descuida el sentido y la utilidad de la lengua como espacio de comunicación. Sin cultura y arte, comedia o tragedia, la lengua se queda sin vida, porque son las palabras que pronunciamos y su alcance de significado lo que nos redime, lo que educa nuestra alma, lo que da calor de hogar a los espacios que se nombran, aún sin conocerlos.

Mediante esa lengua de los símbolos y la vida incorporamos el poder transformador de las posibilidades, como cuando Alcibíades visita la casa de Marta Mariotto y le abren las puertas de la biblioteca, mi escena favorita de la novela. El asombro del niño ante ese impresionante espacio lleno de libros prohibidos es el mismo que podemos sentir cuando nos encontramos ante la belleza inédita. El pequeño Alcibíades había aprendido a amar y a acariciar cada libro que su abuelo Dimas y su ahora maestra Timandra pusieron en sus manos, contemplar esa biblioteca se convierte para él en estímulo para salvar el futuro, para preservar la cultura y la educación. La biblioteca de Marta Mariotto es un espacio de resistencia, cada libro una ventana, cada lector potencial una oportunidad de cambio, porque al igual que la antigua biblioteca del templo de Amón en Tebas, a esta también podríamos llamarla “Lugar de cuidado del alma”.

Suele decir Carmen que nos hemos conocido sin saberlo desde hace mucho tiempo, en las conversaciones que la amistad nos ha regalado hemos compartido con asombro la pasión por la vida a la intemperie, acceso del alma. Será porque ella es una gaditana que ha descubierto el amor por la inmensidad de La Mancha, y yo un manchego transido por la intensidad de Andalucía. Como Timandra, también Carmen se ha acostumbrado de tal modo a la intemperie que ahora siente claustrofobia en los refugios. Esta ventana nos comunica con la intemperie porque, hago mías las palabras de Marta Mariotto, las palabras de Carmen, “donde hay humanidad hay oración y arte, así que mientras nos necesiten como siervos, deberán tolerar nuestra trascendencia”.

Gracias, Carmen.