Rodeados de discursos que pretenden tener siempre la razón, explicamos, argumentamos, convencemos… y, sin darnos cuenta, convertimos también la fe en una teoría más que defender. Esta obsesión por comprender y explicarlo todo, incluso a Dios, nos aleja del más íntimo acceso al misterio, que, lejos de requerir conceptos brillantes, se acoge desde la humildad y la sencillez.
San Agustín, tras dedicar años a reflexionar sobre la Trinidad, nos dejó un consejo lleno de sabiduría: Comienza sabiendo lo que no es, y poco a poco te acercarás a lo que es. No se trata de partir de lo que creemos saber, sino de lo que humildemente reconocemos que no entendemos. Dejar a Dios ser Dios.
La Trinidad no es una fórmula que resolver. No son tres modos de actuar ni tres partes de un todo. No es jerarquía, ni confusión, ni repetición. Y mucho menos, una idea que pueda definirse con claridad desde nuestro esfuerzo personal de pensamiento. Es comunión sin fusión, distinción sin separación. Es relación, sin soledad ni dominio.
La imagen de un Dios corpóreo, limitado, sometido al tiempo, es un reflejo de nuestras propias limitaciones. Un Dios fabricado a nuestra medida, para acomodarse a nuestras ideas preconcebidas. Un Dios hecho a nuestra imagen. Pero así no es el Dios cristiano. El Dios de Jesús, Dios Trinidad, no cabe en nuestros esquemas, porque no es esquema: es vida que circula, amor que se da, relación que nos transforma. Y hemos sido hechos a su imagen.
Agustín lo comprendió después de muchos esfuerzos por “entender” a Dios. Lo comprendió cuando se dejó abrazar por el misterio y se rindió al amor. Él mismo afirma en uno de sus sermones: “Comprenderás si crees”. Si queremos acercarnos a ese misterio, no nos servirá la imaginación. Nos servirá la fe, la adoración y la confianza. Y, sobre todo, una vida que se haga imagen de esa comunión. Solo cuando nuestras comunidades cristianas y educativas buscan vivir desde la reconciliación, la apertura, el respeto y la entrega mutua, se están acercando al corazón trinitario de Dios. No les hace falta explicarlo, porque lo encarnan.
El misterio de la Trinidad no se enseña ni se comprende, se vive. Solo desde esa vida compartida, podremos intuir algo de su profundidad. De nuevo, en palabras de San Agustín: “Donde hay amor, hay Trinidad: uno que ama, uno que es amado, y el amor mismo”.
AVISO: Esta vez, tengo que interrumpir antes de agosto la publicación semanal del blog. Debo centrarme en otro proyecto personal que me requiere por entero. El primer martes de septiembre, estaré de nuevo por aquí. Nos seguimos encontrando en la intemperie de la vida. ¿Dónde mejor?



