En la mitología grecolatina Chronos es una de las divinidades relacionadas con el tiempo, el dios de las edades y del zodiaco, con forma de serpiente y tres cabezas, de hombre, de toro y de león, que tiraniza el mundo por medio del caos. Su paso por las cosas y las personas es devorador, tal vez por eso hubo un momento en el que se le confundió con Crono, el titán que castró y mató a su padre, Urano, y posteriormente se comió a sus hijos. Es fácil que venga a la mente la impresionante pintura negra de Goya sobre Saturno, el Crono griego, devorando a uno de sus hijos.
Para no incidir en la confusión, me fijo en otro maravilloso cuadro, de Pierre Mignard, que podemos ver en el Museo de Arte de Denver, que ilustra este post y que lleva como título Chronos cortando las alas a Cupido. El tiempo arrebatando sus alas al amor, aquello que le permite volar, soñar, sentir mayor libertad. El tiempo, implacable, busca controlar al amor, apasionado y liberado de la temporalidad. Una parábola de la vida, de nuestras búsquedas y motivaciones.
El tiempo también nos devora a nosotros, siembra el caos en nuestras vidas y en nuestros proyectos, inyectando prisas por concluir, temor por no concluir, más centrados en el hacer que en el ser. Ese tiempo, viejo y barbudo, que parece concentrar la sabiduría de todo lo experimentado, ese tiempo que siempre nos han dicho que todo lo cura, está dispuesto a cortar las alas de todo aquello que nos apasiona, vencernos con su inexorable paso, hacernos rendir de nuestros sueños. Es el tiempo, sí, pero no el que nos regala un futuro que construir, sino el que nos apega al barro que aprisiona nuestros pies en el pasado.
Chronos tenía un hermano, Kairós, por lo general olvidado. Kairós es también dios del tiempo, pero su medida y su actuar son muy diferentes, casi contrarios a Chronos, porque su tiempo es el de las posibilidades, el que hace posible que brote algo nuevo, es el tiempo cualitativo de la vida, el más oportuno para la novedad. No es extraño, por tanto que kairós sea el término utilizado en los escritos del Nuevo Testamento para describir el tiempo de Dios y de la Iglesia. El teólogo Paul Tillich define su reinado como generador de las crisis recurrentes de la historia, no tanto como temporalidad terminante y finalizante. Vivir la existencia como kairós permite la apertura a la Gracia, favorece la oportunidad para que nuestras decisiones sean transformadoras del mundo y de la realidad.
Cuando nos movemos en la temporalidad creativa y divergente que permite el nacimiento de la novedad estamos viviendo el tiempo del Espíritu, el que no se queda aprisionado en lo repetitivo y reprimido, ese tiempo que el papa Francisco define continuamente como superior al espacio. La tiranía de Chronos, su implacable voracidad que nos atormenta, solo la podemos derrocar con la frescura de las oportunidades que se generan en la vida abundante, haciéndonos parte de un tiempo para la gracia, un tiempo para el ser, kairós.
