Cerca y lejos

Proximidad y lejanía no siempre son concepto opuestos, nos movemos en un equilibrio constante entre ambos posicionamientos, en una balanza de consideración estética que nos atrae o nos repele de las personas, las ideas y los compromisos. Afirmaba Heidegger que el hombre es un ser de lejanías, encuentra su sentido cuando se libra de los apegos y es capaz de mirar con distancia la realidad, sobre todo porque esa misma realidad, vista de cerca, distorsiona el dolor y los sentimientos. Aprender a relativizar nuestros encuentros y desencuentros es un buen modo de sanar las heridas que genera el roce de la proximidad, y para ello necesitamos tomar distancia.

La visión de la tierra desde el espacio es una experiencia de belleza impresionante. A veces es necesario alejarse para poder percibir el conjunto, desde esa distancia no se ven las grietas que la cercanía descubre como abismos infames, no se escuchan los gritos del dolor o la desesperación, no se huele la podredumbre, la distancia cura las alergias de la vida. Cuando trascendemos la realidad estamos haciendo ese mismo ejercicio de distanciamiento, acostumbramos nuestra mirada a ver de lejos, a juzgar el conjunto. El ser humano es capaz de ese juicio porque comprende lo que significa estar lejos, porque ama y odia en igual medida, pero sabe tomar decisiones y elegir libremente. La distancia es necesaria porque cura y resitúa los espacios entre las piezas del puzzle, aporta perspectiva para la vida.

Pero es la cercanía lo que nos une a la realidad de toda existencia. Es la proximidad la que convierte en ser a las cosas, y nos aporta ser a las personas. Somos capaces de amar porque podemos encontrar sentido en las grietas y las heridas que nos habitan. La mirada de lejos suaviza los contornos y rescata figuras que la cercanía no puede intuir, pero se hace necesario aproximarse de nuevo, ver, oír, oler y palpar, porque en no pocas ocasiones la perspectiva es solo circunstancial, incluso una ilusión.

En el clásico programa infantil Sesame Street (llamado Barrio Sésamo en España) había un personaje muy popular que, sin darme cuenta, ayudó a afianzar en mi mente en crecimiento no pocos conceptos. En la versión original se llamaba Grover (en España, Coco y en Latinoamérica, Archibaldo). Seguro que muchos lo recordaréis por sus denodados esfuerzos por enseñar lo que es lejos y lo que es cerca, alejándose y acercándose sucesivamente de la cámara a la carrera, hasta que caía agotado. Es una parábola de la vida. Nos acercamos y alejamos de la realidad porque no podemos hacer hogar de ninguna de las opciones, y también nosotros caemos exhaustos del permanente juicio que ese recorrido nos genera, pero es así como conocemos y aprendemos.

Nuestra vida necesita de esa carrera existencial. Sin el descanso de la estabilidad que buscamos como refugio, sin hacernos nómadas de las percepciones y los sentimientos, cerca y lejos, en una continua superación de la miopía y la hipermetropía que condiciona nuestra visión del mundo, de quienes lo habitan y de nosotros mismos.

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