El lugar donde quedarse

La salida del hogar, de la que hablé en el post anterior, nos aventura a espacios salvajes e inexplorados, opciones que posibilitan encuentros, paisajes interiores que dibujan o desdibujan nuestros anhelos, llamadas al orden y a la quietud para no desperdiciar la sabiduría que tanto nos ha costado alcanzar. Salir del hogar, adentrarse en la tierra de la incertidumbre, nos salva de la rutina que acomoda los sentidos para hacernos partícipes de un territorio por conquistar, incluso en nosotros mismos. Grutas y siniestros senderos que continuamente hemos evitado recorrer, por miedo o por ignorancia, pero en los que, de algún modo lo sabemos, se encierra nuestro verdadero ser.

Salir a caminar por esas veredas de incertidumbre despierta el deseo de encontrar el lugar en que quedarnos a vivir para siempre. ¿Cómo entender que dejemos un hogar para entrar a otro? ¿Cómo poner en equilibrio permanencia y cambio? ¿En qué lugar decidir quedarse para siempre, sin esperar más salidas, espantando sueños, ahuyentando fantasmas pasados? Incluso se nos ha enseñado a construir el hogar edificado sobre firmes cimientos y con resistentes muros, que nos mantenga a salvo de los lobos sopladores que amenazan nuestra costosamente labrada estabilidad, a refugio de las tormentas que azotan la serenidad de nuestros cálculos. Si te vas a quedar para siempre, será mejor que cuides los materiales con los que vas a levantar tu casa, advierte la prudencia. Y nosotros, que no deseamos otra cosa, nos entregamos en cuerpo y alma a retener y acaparar historias, experiencias, palabras, besos y abrazos, para que no se nos escapen más y sean abrigo para las frías noches que vendrán en el hogar sobre roca firme en que esperamos quedarnos a vivir.

El lugar donde quedarse no siempre es material. Nos aferramos a las ideas y a los descubrimientos personales, ha costado tanto hacerlos propios que acaban colonizando nuestros sueños y barriendo las esperanzas. Para espantar los cambios nos encadenamos a conocimientos que esquivan la zozobra de la vida, manteniendo un pensamiento que creemos propio contra el desgaste que produce el roce con la intemperie y con el juicio de quienes nos acompañan. Asumimos dogmas, repetimos compulsivamente liturgias personales, releemos los mismos libros y escuchamos las mismas canciones que nos emocionaron, nos apegamos a personas junto a las que nos sentimos a salvo, recorremos territorios pertrechados con mapas bien memorizados, inhalamos un aire que, aunque corrompido, es el único que nos atrevemos a respirar. Y con todo ello, levantamos un hogar eterno.

Cuando esos hogares interiores se desmoronan, la catástrofe nos deja desnudos frente a la verdad oculta por la piedra y el ladrillo de nuestras seguridades. Es el momento de ponerse en camino, la hora de abrigarse y partir. No podremos evitar la tentación de construir nuevos hogares, arar la tierra para acoger otras ideas, levantar otros muros, descansar en sus interiores de perfección, pronunciar nuevos mantras de palabras sanadoras. Al fin y al cabo, como dice Saramago, “No hacemos más en la vida que ir buscando el lugar donde quedarnos para siempre.” (El evangelio según Jesucristo).

Un comentario en “El lugar donde quedarse

  1. “No hacemos más en la vida que ir buscando el lugar donde quedarnos para siempre.” Lo decía Saramago hasta que finalmente lo encontró en ‘A Casa’, Lanzarote, su Balsa de piedra, donde su escritura se tornó más pura y directa, donde realizó un trabajo incansable, reconocido con el Premio Nobel de Literatura.
    “La literatura debía ser como la belleza de Lanzarote, sin grandes descripciones, sin vegetación..no escribir acerca de una estatua, sino sobre la piedra de que la estatua está hecha”.
    No todos tenemos la necesidad o la suerte, ….incluso por un previo infortunio, de tener que encontrar ese lugar al que quieres pertenecer y permanecer en él.

    Pero si hay algo que tranquiliza al ser humano es saber que siempre hay un A casa donde descansar, donde siempre quieres regresar.

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