Generar esperanza

Conocemos el adviento como el tiempo de la esperanza, siempre tan necesaria y tan buscada, siempre rodeada de justificados argumentos, para no confundirla con el idealismo y que se pierda en un mar de deseos incontrolados. Quiero entender el adviento, no como la posesión de una esperanza, sino como la oportunidad de hacerla emerger, despertar en quienes aguardan una transformación redentora el convencimiento de que algo nuevo va a ocurrir, y lo va a hacer con ellos y por medio de ellos. Esto es lo que implica generar esperanza, permitir que fluyan los gestos y las palabras que hacen posible el cambio, ser parte de ese camino, convencernos del protagonismo que se nos pide para que la liberación sea nuestra colaboración a la justicia.

Indagando sobre esto de generar esperanza, encontré que en castellano cuenta con un término preciso, ahuciar, que por desconocido me intrigó y me puso en búsqueda. El diccionario de la Real Academia Española lo define como «Esperanzar o dar esperanza», y sigue, «verbo transitivo desusado». Es entonces cuando la asocié con otra palabra, desgraciadamente más conocida, desahuciar, su antónimo, a la que el diccionario de la RAE dedica hasta tres acepciones: «1. Quitar a alguien toda esperanza de conseguir lo que desea. 2. Dicho de un médico: admitir que un enfermo no tiene posibilidad de curación. 3. Dicho de un dueño o de un arrendador: despedir al inquilino o arrendatario mediante una acción legal». Comencé un pequeño experimento con conocidos, nadie había escuchado nunca ahuciar, pero sí conocían sobradamente desahuciar. Incluso mientras escribo este post, el corrector automático me subraya en rojo la primera, admitiendo burlonamente su antónimo.

Un verbo desusado, una acción que se ha quedado vieja y trasnochada. Generar esperanza, ahuciar, se nos ha escapado entre las rendijas de un realismo impuesto en base a la necesidad. Ser constructores de esperanza ha dejado de ser una acción noble, preferimos generar oportunidades, inculcar conocimientos, enseñar habilidades; pensamos que la esperanza es una virtud para los débiles, sostenida en deseos y aspiraciones imposibles, que sueña con una justicia y una promesa para luego despertar a este mundo real en el que solo lo medible es digno de creerse. Dar esperanza está en desuso, como lo están otras virtudes que la acompañan: alcanzar paciencia, ser creativo, mirar lejos,…

Me inquieta el antónimo. Desahuciar no solo tiene más entradas en el diccionario, también las tiene en la vida, y desde que asistimos sin palabras a los desahucios, tantas veces injustos, de a quienes se impide llamar suyo a su hogar, nos va infectando el virus que despide de la vida, de la casa común, a los que ya habíamos relegado a su margen más oscuro. Pocas cosas hay más tristes que quitar a alguien toda esperanza. Desahuciados del espacio común, cedemos también la resistencia más íntima y naufragamos en cualquier charco del camino. Sin esperanza ya no pertenecemos al presente, a nada podemos llamar verdaderamente nuestro y auténticamente nosotros, solo nos queda la conformidad con las pequeñas conquistas que nos mantienen despiertos.

Es lo que se nos advierte desde el dintel del infierno de Dante: «Lasciate ogni speranza», abandonad toda esperanza. Si no podemos generarla, si nuestros intentos, promesas e ideales solo pueden aspirar al despido legal cuando ya no respondemos a lo que el Capital espera de nosotros, estaremos perdiendo también la verdadera justicia en el mundo, nos habremos convertido en sombras deambulantes en busca de una luz que permita mantener su identidad espectral.

Necesito ahuciar los rincones de mi atareada vida desahuciada, ahuciar los encuentros y las relaciones, ahuciar el misterio y los silencios. Ignorar el desuso y lanzarme a su vacío, desafiar los subrayados en rojo de mi corrector existencial, negarme a engendrar expectativas artificiales, retar a los indicadores estratégicos que me aportan seguridad pero me dejan sin esperanza. Este es mi compromiso de adviento.

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