Elegir nuestra actitud

Vivimos una crisis de actitudes enmarcada en la cambiante circunstancia que nos obliga a optar y a definir una actitud personal, y la complejidad de la situación hace tan difícil lo uno como lo otro. Somos menos conscientes de la libertad que se nos burla en todo este proceso. A veces parece que la actitud nos viene impuesta, aunque también solemos preferir que sean otros, personas, instituciones, situaciones, quienes decidan nuestra actitud, de ese modo nos acomodamos, limpiamos la conciencia y adormecemos la libertad.

La actitud supone un compromiso personal, y por tanto implica una responsabilidad. La volatilidad en que vivimos no nos exime de tomar postura, más bien nos lo exige, y es en ese juego de elecciones donde la actitud se convierte en marca de identidad. Lo podemos ver en los gestos y decisiones que desde el comienzo de la pandemia forman parte de nuestro día a día. Llevamos meses contemplando en primera línea cómo se derrumban nuestras seguridades, empeñamos mensajes de esperanza y después, a solas tal vez, no somos capaces de aguantar nuestro reflejo en el espejo que devuelve la imagen de un rostro perdido en las dudas, aplaudimos y ayudamos a quienes envidiamos por su trabajo, rezamos por los presentes y, sobre todo, por los ausentes tan tempranamente arrebatados. Pero ninguna de estas son actitudes que podamos llamar propias.

Nos hemos apropiado de las actitudes de otros, de los cobardes y también de los que miran de frente su propio camino. En palabras de Viktor Frankl, «Todo se le podrá quitar a un hombre excepto la última de las libertades humanas, elegir su actitud en cualquier circunstancia, elegir su propio camino.» No hablaba de una circunstancia normal, porque al infierno desde el que escribía no se baja por propia voluntad. Para recuperar nuestra actitud necesitamos integrarla en nuestro espacio de libertad interior, no debería haber excusas para ello, del mismo modo que no hay circunstancia que lo impida. Tal vez debamos comenzar por salvar esas mismas circunstancias, como proponía Ortega y Gasset. Salvar no es alimentar el miedo, ni resignarse al lote recibido, salvar implica creer en lo que todos daban por perdido, y también aceptar que albergamos desvanes de oscuridad, infiernos personales, medusas con mirada petrificante. Salvar las circunstancias nos da acceso a espacios de redención, solo así podremos trascender, salvar nuestro yo, hacerlo espacio de sentido, aceptarnos en nuestra unicidad irrepetible, ver en nosotros y en nuestra circunstancia no los límites sino las potencialidades.

Elegir nuestra actitud en cualquier circunstancia es el mayor acto de libertad, es una apuesta por la salvación de nuestros errores, aceptando que no son las caídas ni los triunfos quienes definen y deciden el camino a recorrer. La actitud no nos hace más fuertes, tampoco más débiles, nos constituye en seres de sentido, en personas que volverán a equivocarse una y mil veces más, pero que han salvado cada uno de sus rincones de vacío para elegir en libertad cómo hacerlos propios.

Elegir nuestra actitud no es un camino fácil, se verá continuamente invadido por los ecos de palabras indiferentes, tendrá que soportar a los faltos de creatividad y a quienes repiten cansadamente los te lo dije, será un camino muchas veces solitario, porque otros, que caminaban a nuestro lado, preferirán las voces susurrantes de las circunstancias para justificar su odio, su rabia o su desidia. Nos veremos muchas veces embriagados por la seguridad de las repeticiones infecundas, del cumplimiento de leyes y normas que nos esclavizan, aunque ciertamente nos protegen de equivocarnos. Pero entonces no seremos nosotros, no será nuestra libertad sino las circunstancias quienes eligen nuestra actitud. Ni siquiera podremos llamar nuestra esa actitud, nos la habrá arrebatado la obsesión del control.

Soy yo quien elijo. No lo son las normas. No lo son las tradiciones. No lo son las amenazas. No lo son mis miedos. No lo son mis triunfos. Soy yo, quiero ser yo, necesito ser yo. Tengo que comenzar por deshacerme de la firme voluntad de salvarme, que solo se fía de las normas, de las tradiciones, de las ganancias. Tengo que reconocer los apegos que confunden mi libertad y dejarlos caer de mi mano apresadora, para que se hundan en la tierra fértil de mi fe y espiguen mañana como actitudes de vida abundante. Soy yo quien elijo mi actitud, aquella que podré siempre llamar mía.

3 comentarios en “Elegir nuestra actitud

  1. Tiemblo ante esta exigente reflexión sobre la libertad. Sobre la angustia de la libertad, que me evoca a Kierkegaard: «La posibilidad de la libertad no consiste en poder elegir entre el bien o el mal. La posibilidad de la libertad consiste en que se puede. En realidad no resulta esto tan fácil; necesítase de una determinación.» Esa determinación es la actitud rabiosamente singular de la que hablas. ¡Qué artículo! Es tan profundo que anima y evita la tentación de pensar que todo es banal. Porque para una persona libre nada es banal. Gracias, Pedro.

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