Un rescate divino

La historia comienza en Mámora (actual Mehdía, en Marruecos), posesión española que fue asaltada por el sultán de Marruecos Mulay Ismail el 30 de abril de 1681. Las tropas alauitas hicieron 250 cautivos que, junto a las imágenes de la iglesia, llevaron a las mazmorras de Mequínez. La capitulación de la ciudad española y la cantidad de cautivos, entre los que había un gran número de mujeres y niños pequeños, se vivió como un auténtico drama en toda Europa, generando un importante movimiento de solidaridad para llevar a cabo el rescate. El 5 de noviembre parten de Madrid los redentores trinitarios Miguel de Jesús María, Juan de la Visitación y Martín de la Resurrección, hacen una breve parada en Sevilla para acabar de reunir los fondos de la redención: tres mil doblones de oro de España y tres mil pesos en paños de oro de Segovia, y llegan al convento trinitario de Ceuta el 1 de enero de 1682.

Lo primero que gestionaron fue el rescate de las imágenes, 15 esculturas y dos cuadros, que habían conseguido salvar los trinitarios de Fez y guardaban con celo en Mequínez, prometiendo al sultán Mulay Ismail que, una vez llegadas a Ceuta, recibiría su precio más el del rescate de los cautivos cristianos. Un religioso trinitario acompañó a los soldados del Sultán desde Mequínez hasta Ceuta, portaban las imágenes bien guardadas en grandes cajones. El 28 de enero de 1682, en la puerta de la muralla de la ciudad de Ceuta, los tres redentores trinitarios pagaron el rescate de las imágenes: una cantidad indeterminada de doblones de oro y mil pesos en paños de oro de Segovia (esa historia de que se pagó cada imagen por su peso y al poner la imagen del Nazareno en la balanza solo marcó treinta monedas, es solo una fantasía posterior). Al trinitario que las había acompañado le encomendaron el resto del dinero y de las telas para que las entregara al superior de Fez y pudiera rescatar a los cautivos. Una vez efectuado el pago del rescate, los caballeros y soldados cristianos de la guarnición ceutí recibieron las imágenes sagradas y las llevaron en procesión hasta el Real Convento del Espíritu Santo, de los trinitarios descalzos.

Un mes más tarde se presentó el alcaide de Tetuán a las puertas de Ceuta con más de 211 cautivos, estaba dispuesto a entregarlos y esperar el dinero que faltaba para su rescate. La alegría de los redentores y de las gentes de Ceuta duró poco, el alcaide reclamó que se le entregara un súbdito suyo que se había hecho cristiano y estaba en Ceuta, pero como el gobernador se negó, se llevó a 20 de los cautivos, la mayoría niños, a Mequínez. Allí convenció al Sultán de que los redentores le habían engañado, que había pagado poco por las imágenes y por los cautivos, que debía exigir más. El sultán Mulay Ismail reclamó entonces más dinero, más paños de oro y la entrega de quince cautivos moros, uno por cada imagen de talla rescatada. No fueron fáciles las gestiones, que duraron meses y en las que el alcaide de Tetuán jugaba tanto con el Sultán como con los redentores, y solo cuando estos amenazaron con irse de Ceuta sin pagar por los cautivos restantes, accedió a recibir el precio acordado.

Hay una anécdota curiosa en todo este episodio: a uno de los cautivos moros que se intercambiaron le preguntó el Sultán cómo le había tratado su amo en España, a lo que respondió, «Bien»; pero el Sultán insistía si alguna vez le había hecho algún daño, y el súbdito respondió que una vez le dio una bofetada. El Sultán le mandó que buscara al fraile trinitario y le diera una bofetada. El antiguo cautivo moro encontró al fraile en la calle, regresando de atender a los cautivos de las mazmorras de Mequínez, y le dio un bofetón tan fuerte que el trinitario cayó al suelo. Entonces el fraile se puso de rodillas y ofreció la otra mejilla, pero el moro le dijo, «El Sultán mi Señor solo me ha mandado darte una bofetada».

En febrero ya habían pasado a Gibraltar dos de los redentores trinitarios con 183 cautivos, el 21 de julio pasó el resto, hasta 211 y las 17 imágenes rescatadas. Tras hacer una procesión de acción de gracias en Gibraltar, desde la ermita de San Sebastián hasta la parroquia, dieron a cada cautivo cuatro reales y el salvoconducto de su libertad, y los mandaron a sus casas. Los frailes redentores trinitarios, a su vez, partieron con las imágenes a Sevilla y de allí a Madrid, donde llegaron en la segunda quincena de agosto. El 6 de septiembre se hizo una gran procesión por la villa de Madrid con las imágenes que, en la Plaza Mayor, fueron repartidas para recibir culto en iglesias y parroquias de la corte. Los trinitarios se quedaron con la imagen de Jesús Nazareno, a la que impusieron el escapulario trinitario como símbolo de haber sido rescatado, al igual que se hacía con los cautivos.

La imagen de Jesús Nazareno pronto adquirió fama en toda la villa y corte de Madrid. Se le dio el nombre de «Rescatado» o «del Rescate». En 1686 D. Juan Francisco de la Cerda, VIIIº duque de Medinaceli, la tomó bajo su protección y para favorecer el creciente culto cedió un terreno para construir una nueva capilla en la iglesia de los trinitarios. Apenas cuatro años después se comenzaron a hacer las primeras copias de esta imagen: 1690 Sevilla; 1692 Valdepeñas; 1693 Varsovia; 1696 Lvov, Polonia; 1698 Livorno, Italia; 1700 Vilnius, Lituania; 1702 Viena; 1713 Córdoba; 1715 Málaga; 1717 Granada…

La imagen original rescatada permaneció en la iglesia de los trinitarios de Madrid, que en 1723 cambió su nombre de «La Encarnación» a «Iglesia de Jesús Nazareno», hasta la desamortización de 1835, cuando se quitó a los religiosos la propiedad del templo y de las imágenes y se les expulsó. La imagen del Rescatado se trasladó entonces a la parroquia madrileña de San Sebastián, y solo el empeño de D. Luis Tomás Fernández de Córdoba, XVº Duque de Medinaceli, consiguió que regresara a su capilla propia, si bien mientras concluía su reconstrucción recibió custodia y culto en el cercano palacio de Medinaceli. Es en este momento de la historia cuando muchos fieles comienzan a llamarlo «Cristo de Medinaceli».

Una vez reconstruida la capilla, ante la imposibilidad de que los trinitarios regresaran, debido a la exclaustración forzosa de las órdenes religiosas, el Duque de Medinaceli encarga el culto de la imagen a varias comunidades de religiosas que ocupan el antiguo convento trinitario en ruinas, y admite como capellán al trinitario exclaustrado Fr. Ignacio de San José, al que sucede su sobrino y también trinitario exclaustrado Fr. Félix de Jesús y María. El deseo de los trinitarios siempre fue regresar a su antiguo convento de Jesús, pero la Orden había quedado muy disminuida (un solo convento en todo el mundo, en Roma) y los duques de Medinaceli prefirieron encargar el cuidado y culto de la imagen a los franciscanos capuchinos en 1891. Desde entonces son ellos los que atienden su culto y devoción.

En la medida en que los religiosos trinitarios mantuvieron el culto a la imagen rescatada en Mequínez y a las copias posteriores, no dejaron de recibir el título de Rescatado o Rescate. Lamentablemente, ya en los siglos XIX y XX, la ausencia de religiosos nos ha traído dos degradaciones en tan extendida devoción:

  • El cambio de nombre: el más extendido Medinaceli, también Cautivo y Ecce Homo, todos ellos más correctos para los delicados oídos teológicos de algunos, ¿cómo llamar Rescatado a Cristo, que es el Redentor? Pero con esos nombres nuevos se pierde el sentido redentor que ha inspirado a lo largo de la historia esta devoción, no solo de Cristo como cautivo y preso, sino de Cristo rescatado, como tantos otros que lo fueron, y lo siguen siendo, y han recuperado su libertad.
  • El cambio de la cruz: cuando los trinitarios rescataban a los cautivos les imponían un escapulario con la cruz trinitaria, teniendo en cuenta que fueron trinitarios descalzos quienes realizaron el rescate de 1682 y quienes incorporaron la devoción a su tradición espiritual, la cruz del escapulario debe ser siempre una cruz descalza, recta, y nunca una cruz calzada, de puntas.

La devoción al Rescatado es, tal vez, una de las más populares y extendidas del cristianismo. Lo es, en primer lugar, gracias a la imponente labor evangelizadora de tantos trinitarios que veían en ella la actividad redentora de la Orden y la necesidad de continuarla. Pero lo es también porque nos muestra una imagen humana y cercana de Cristo: la mirada caída, las manos atadas, los pies descalzos, sin adornos, sin misterios; es la imagen tallada de tantos hombres y mujeres que han sido descartados, porque alguien decidió su suerte, la imagen de hombres y mujeres rescatados de sus miserias, un signo de esperanza, de libertad y de vida.

2 comentarios en “Un rescate divino

  1. Buenas tardes, enhorabuena por su interesante artículo.

    ¿Cree que sería posible saber algo sobre la copia encargada para el Convento de los Trinitarios Descalzos de «San Blas» de Murcia? Básicamente en qué años, a qué escultor, … Y, ¿éstas copias quien las encargaba? Lo hacía cada convento de forma independiente o ¿la Orden era la responsable de su encargo y distribución a los conventos?

    La orden en Murcia edifica su primer convento en el siglo XIV pero al igual que en prácticamente toda España en 1835 fueron sus monjes exclaustrados y su patrimonio diseminado en iglesias de la ciudad.

    Gracias y enhorabuena por su aportación.

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