Motivos para celebrar

Después de un descanso retomo estas reflexiones semanales. Muchos me han preguntado si el motivo de tan largo silencio es la falta de inspiración, otros que sí el cansancio, hay quien se ha atrevido a entrever censuras. Siento no dar la razón a toda esas inquietudes, especialmente las que ven tijeras y filtros de otros. Sencillamente, estaba buscando motivos para celebrar. Quien me conoce bien sabe que huyo de celebraciones enlatadas e impuestas, que todo lo que se vuelve rutinario me sacude interiormente hasta el punto de aparentar, a veces, luchar por lo contrario que he mostrado en otras ocasiones.
Hoy he comenzado a buscar de nuevo «motivos para celebrar». Ese es el sentido que he querido dar desde el principio a estas perlas vocacionales, porque el primer motivo para celebrar está en saber, no siempre conscientemente, que vivo en torno a una llamada. No, por favor, no me refiero a esa forma ñoña e infantil de entender la llamada de Dios como un signo externo, identificada con un solo camino vocacional.
La llamada a la que me refiero es aquella en la que siento, sé, que mi nombre, en el que está contenido cuanto soy y cuanto me esfuerzo en ser, se asocia a todo lo que me rodea, forma parte del mundo y las esperanzas de las personas que se cruzan conmigo y, sobre todo, de las que caminan conmigo.
Esta llamada es, la más de las veces, un eco, que sigue desde hace tiempo mis pasos en proyectos que dejé a un lado y desheché, rondando mis estrenadas ilusiones para que mi corazón no se quede en una permanente tumbona de relax.
Esta llamada es una esperanzadora razón para creer con intensidad en mis posibilidades, porque me susurra cada día que soy capaz, que Alguien cree en mí.
Estos son, hoy, mis motivos para celebrar, porque esa llamada me mantiene despierto.

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